Fatma Gül Güler, orgullo de Türkiye y doble campeona paralímpica que inspira con su perseverancia

Esta es la historia de Fatma Gül Güler, una atleta turca con discapacidad visual que transformó su desafío en victoria: doble campeona paralímpica de goalball y un firme ejemplo de coraje e inspiración.

By Bala Chambers, Mohammad Bashir Aldaher
Fatma Gül Güler con su medalla de oro de los Paralímpicos de París 2024.

En una cancha silenciosa de Türkiye, solo se siente el cascabeleo de una pelota en movimiento. Detrás de una venda negra, una joven turca se prepara para lanzarla con precisión.

“Nací con una discapacidad visual congénita. No soy completamente ciega, pero tengo baja visión, lo que a veces me dificulta ver detalles o distinguir objetos a distancia.”, explica Fatma Gül Güler, atleta profesional turca y doble campeona paralímpica, en conversación con TRT Español.

Con apenas 21 años, Fatma ha superado múltiples barreras para convertirse en una de las grandes estrellas del goalball (literalmente “balón a gol”, en español), un deporte creado en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial, como método de rehabilitación para veteranos con discapacidad visual o personas ciegas.

El ascenso de Fatma fue rápido. Poco después de comenzar su carrera profesional, en 2019, fue convocada a la selección nacional femenina de Türkiye. Allí se convirtió en pieza clave de un equipo en el que todas las jugadoras compiten con los ojos vendados, lanzando una pelota con cascabeles hacia la portería rival mientras el otro equipo intenta bloquearla.

Para llegar a este escenario de altísima competencia, Fatma ha demostrado coraje y resiliencia para alzar la bandera de Türkiye. En su camino ha conquistado campeonatos europeos y mundiales, como el Mundial de la IBSA, además de medallas de oro en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020 y París 2024.

Estas hazañas —admite— cambiaron totalmente su vida y la llevaron a conquistar el corazón de miles de personas en su país. “El goalball dejó de ser solo un deporte que practicaba; se convirtió en una responsabilidad ante una gran audiencia que me seguía y esperaba más de mí”.

De una niña tímida a un camino inspirador

Convertirse en campeona no fue nada fácil y, detrás de cada medalla siempre hubo desafíos que moldearon su carácter, reflexiona su madre, Nuray Güler.

Nacida en Kahramanmaras, una ciudad del sur de Türkiye rodeada por los montes Tauro, Fatma enfrentó varios retos durante su juventud. “Tenía que vigilarla de cerca por miedo a que se tropezara o se golpeara con algo. En casa tenía dificultades con tareas como verter agua en un vaso o cortar la comida con precisión, pero siempre estaba decidida a intentarlo”, cuenta Nuray en diálogo con TRT Español.

Recuerda también cómo Fatma dependía de la ayuda de sus seres queridos para tareas sencillas, como cruzar la calle. “Estas experiencias la enseñaron a ser muy cautelosa, pero también aumentaron su deseo de ser independiente”, reflexiona la madre.

Fatma admite que en esa época era una niña “muy callada”, y sus familiares la llamaban “la niña silenciosa”. “Evitaba las actividades porque temía fallar”, reconoce.

La educación tampoco fue sencilla. “Noté que solo podía ver bien el pizarrón si me sentaba en la primera fila, y a veces ni eso era suficiente”, recuerda Fatma. “A menudo pasaba momentos incómodos, como escribir palabras incompletas o incorrectas en mis cuadernos porque no las veía con claridad”.

Con el tiempo llegó el punto de inflexión, cuando un profesor le sugirió cambiarse a una escuela especial para personas ciegas o con baja visión.

“Al principio dudé mucho porque implicaba dejar a mis pocos amigos y mudarme a un entorno completamente nuevo sin saber qué esperar”, rememora. “Pero después de hablarlo con mi familia, decidimos intentarlo”.

Un balón que cambió su destino

Fue entonces cuando un encuentro inesperado con un profesor cambiaría su destino. En ese nuevo entorno conoció a Gültekin Karasu, un profesor de educación física que le abrió la puerta al mundo del goalball.

Tras estar por primera vez en un entrenamiento y superar el miedo a cubrirse los ojos, con poco conocimiento sobre las reglas, llegó el turno de Fatma para intentarlo.

Bajo la guía del entrenador, se lanzó al suelo para bloquear el balón. “Era pesado y la goma me golpeó”, evoca. “Por un momento pensé: ‘Este deporte no es para mí’”.

Pero Gültekin no la dejó rendirse e insistió en que se acostumbraría al ritmo y la fuerza del juego. Con esa confianza selló su destino como atleta. “Al final de esa sesión intenté disparar y marqué un gol; la sensación fue indescriptible”, relata Fatma.

Apoyo familiar

Tras meses de entrenamiento, se integró formalmente al Club Deportivo Akca Koyunlu de Kahramanmaras, donde hoy juega como atacante, siempre inspirada por la gloria de meter goles. Y, a lo largo de esta transformación, su familia se convirtió en su principal sostén.

“Mi madre, Nuray Güler, insistía en que fuera a los entrenamientos incluso los días en que me sentía cansada o tenía muchos deberes escolares, recordándome siempre que cada minuto de práctica valdría la pena”, rememora. “Mi padre, Sabri Güler, asistía a mis partidos siempre que se jugaban cerca de nuestra ciudad y hablaba de mí con orgullo ante todos”.

Tras el excelente rendimiento de Fatma, recuerda cómo una vez su padre le preguntó a Gültekin si ella realmente tenía todo lo necesario para triunfar en un ámbito tan competitivo.

“El entrenador sonrió y dijo: ‘Fatma tiene el corazón de una campeona’”, recuerda. “Esas palabras se me quedaron grabadas y me impulsaron a esforzarme aún más para demostrar que su confianza estaba bien puesta”.

La llegada al equipo nacional

Bajo la guía de Gültekin, su desempeño mejoró y fue convocada para su primer torneo nacional. Tras apenas un año de competir en la segunda división, la adolescente ganó el premio a la mejor jugadora.

Luego, en 2019, con ese hito y empeño, y con apenas 15 años, fue finalmente convocada a la selección de Türkiye. Con “una mezcla de orgullo y responsabilidad”, se convirtió en una de las jugadoras más jóvenes del plantel.

Durante los campamentos con la selección nacional, el ritmo siempre era muy exigente, en “un ambiente que te fortalece mentalmente”. Cada día había dos entrenamientos, revisión de videos, trabajo físico y convivencia con las compañeras como si fueran familia; de vez en cuando incluían barbacoas para romper la rutina y fortalecer lazos.

Admite que, bajo ese ritmo, el entorno le ayudó a superar “momentos de duda”, y un año después llegó a sus primeros Juegos Paralímpicos, Tokio 2020. Con el equipo en óptima condición, ganó el oro, que para Fatma no fue solo una victoria deportiva sino “un logro de toda la familia”.

“Mi madre me llamó entre lágrimas, contándome que la casa estaba repleta de familiares y vecinos que habían venido a felicitarnos”, relata. “Mi padre estaba extremadamente orgulloso, diciendo a todo el que conocía que su hija ahora era campeona olímpica”.

Campeona en su país

Al volver a Türkiye, fue recibida como una campeona en el aeropuerto y luego en las calles. “Vi nuestras fotos y los carteles de felicitación, y eso me hizo sentir un profundo orgullo y sentido de pertenencia”, recuerda. “Mucha gente empezó a reconocerme en público y a felicitarme”.

Como si fuera poco, repitió la hazaña en París 2024, convirtiéndose en una de las jugadoras más jóvenes en lograr dos oros paralímpicos en goalball.

Tras el último pitido final, evoca cómo “el pabellón se llenó de emoción y vi lágrimas en los ojos de todos. Vi a nuestro entrenador envuelto en la bandera, llorando de alegría, y entonces mi compañera Reyhan Yılmaz y yo nos acercamos y lo abrazamos con fuerza, como queriendo decirle que todos esos años de esfuerzo y sacrificio habían valido la pena”.

Un legado que inspira

Hoy considera que la selección turca de goalball se encuentra entre las más fuertes del mundo, gracias no solo a todo el personal, sino también al esfuerzo del Ministerio de Juventud y Deporte junto con la municipalidad. Fatma explica que en los últimos años, Türkiye ha impulsado el número de equipos locales, con más torneos nacionales y más escuelas especiales que se han convertido en “puertas de entrada tempranas para descubrir talento”.

Esta realidad ha sido clave para Fatma, quien hoy cursa su tercer año de Entrenamiento Deportivo en la Universidad Karamanoglu Mehmet Bey. Su madre la considera “un modelo a seguir para muchas niñas con discapacidad visual, porque es la prueba viviente de que una discapacidad no significa rendirse. Su influencia se nota en las escuelas, donde las jóvenes se acercan a ella diciéndole que quieren ser como ella”.

Nuray también cree que Fatma tiene todo lo necesario para seguir afrontando cualquier tipo de adversidad con la misma entereza. “Lo que la distingue de los demás es su determinación de seguir adelante incluso en los momentos más difíciles, y su negativa a faltar a los entrenamientos, incluso cuando está cansada u ocupada con la escuela”, admite su madre con orgullo. “La manera en que transformó su miedo inicial al balón en pasión es una prueba de su carácter fuerte”.

Pero más allá de las medallas, Fatma sigue humilde y determinada. Concluye que su verdadera meta hoy es cambiar la percepción sobre personas como ella, que tuvieron que saltar barreras que no todos siempre ven. Y su mensaje es claro.  “La discapacidad no es el fin del camino; lo que realmente marca la diferencia es cómo la enfrentas”.

Este artículo fue redactado por Bala Chambers y reportado por Mohammad Bashir Aldaher.