De la milpa al altar, el camino del cempasúchil a las ofrendas en el Día de Muertos

En la parcela de doña Genoveva Pérez, en México, las flores de cempasúchil crecen para luego iluminar los altares del Día de Muertos. Esta tradición milenaria, respaldada por familias agricultoras, sostiene la economía local con un legado cultural.

By Abril Mulato
Doña Genoveva Pérez arma ramos de cempasúchil el 26 de octubre de 2025. / TRT Español

Apenas pasan de las 5:00 de la mañana y aún está oscuro. Los 7 grados Celsius hacen que los dedos se entuman y la tierra húmeda se adhiera a los zapatos. En la parcela de doña Genoveva Pérez, en Doxey, estado de Hidalgo en México, cientos de flores de cempasúchil cubiertas de rocío despliegan un aroma entre afrutado y herbáceo que pronto llegará a millones de hogares mexicanos durante el Día de Muertos, una tradición con más de 500 años de historia.

​​Esta festividad, que se celebra entre el 1 y 2 de noviembre, busca honrar a sus difuntos con altares decorados, donde el cempasúchil es un elemento esencial. La venta de estas flores genera una derrama económica de casi 5 millones de dólares, con estados como Puebla, Estado de México, Oaxaca, Guerrero e Hidalgo como principales productores, según datos de la Secretaría de Desarrollo Rural y Agricultura.

Doña Genoveva, de 55 años, lleva siete años dedicándose a esta labor. Desde junio, comienza la siembra para que, en las mañanas frías de finales de octubre como la de hoy, pueda cortar los ramos cuya venta sostendrá a su familia y, a veces, a cinco trabajadores más.

“Es un trabajo duro, pero lo hacemos con amor, porque de esta tierra y estas flores depende la economía de nuestras familias. Más que un cultivo, es un legado para nuestros hijos y nietos”, dice doña Genoveva a TRT Español, pocos días antes de iniciar la cosecha que llegará a la Ciudad de México.

Flor guía para los muertos que vuelven


La flor de cempasúchil es mucho más que un adorno: tiene un profundo significado cultural que ha perdurado por siglos. María del Carmen López, investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), señala que es un símbolo clave del Día de Muertos, especialmente en comunidades con fuerte presencia  indígena.

Originaria de México y Centroamérica, su nombre nace del náhuatl Cempohualxochitl, que significa “veinte flores” o “varias flores”. Según la creencia popular, iluminan el camino y guían a las almas de los difuntos para que encuentren el altar donde los esperan sus familiares. 

Desde la madrugada del 1 de noviembre, cuando se cree que llegan las almas de los niños, hasta el mediodía del 2 de noviembre cuando llegan los adultos, su presencia es constante. Los pétalos forman tupidos caminos que guían a las ánimas hasta las ofrendas y facilitan el tan añorado encuentro entre vivos y muertos. 

Por otro lado, códices antiguos como el Florentino y el Badiano documentan que las flores de cempasúchil no solo tienen un valor ornamental, sino que también se han utilizado desde tiempos ancestrales como repelente de insectos, pigmento natural para textiles, bactericida y medicina tradicional.

Lo que hay detrás de cada ramo de cempasúchil

Doña Genoveva y sus hijos —Érika (29), Magaly (25) y Osvaldo Rodríguez (13)— se preparan con machetes en mano para cortar las matas de cempasúchil que han crecido durante meses en su parcela. Con cuidado, hacen ramos de 30 a 40 flores naranjas, amarillas y una que otra “verde limón”. En unas tres horas, ensamblan casi 50 ramos que serán distribuidos en la Ciudad de México mediante el proyecto Jóvenes Artesanos, que promueve el arte de los pueblos indígenas, y que desde hace seis años realiza esta función.

En México existen entre 30 y 35 variedades de cempasúchil. La familia de Pérez cultiva el criollo, que se distingue por sus tallos grandes y tiene cepas macho —que tiene entre 10 y 12 pétalos— y hembra —que es más esponjada y con más pétalos—, así como otra variedad llamada molito, que combina los colores rojo y naranja. 

El proceso comienza con la preparación del terreno: se barbecha y rastrilla un cantero de aproximadamente ocho a diez metros cuadrados, donde se afloja y limpia la tierra para sembrar la semilla de cempasúchil. “Encima echamos tierra fina que colamos con un ayate (tela hecha con fibra de maguey) para que quede esponjosa y pueda germinar sin problemas”, explica doña Genoveva. 

Después de regar, el brote emerge entre cinco y ocho días; un mes más tarde, se trasplantan al surco, donde continúan creciendo y reciben cuidados hasta estar listas para la venta, en un proceso que dura entre cinco y seis meses. 

Durante toda la temporada deben estar atentos al deshierbe, ya que la maleza es refugio para gusanos que atacan las flores. “Tenemos que estar al pendiente para que los gusanos no se coman la planta. Al principio quitamos las hierbas hincados (por la altura de la planta), para que no destruyan la flor”, señala Erika.

Uno de los gusanos más difíciles de erradicar es la “gallina ciega”, una larva de escarabajo que según las autoridades mexicanas se alimenta de las raíces y puede provocar estrés hídrico y la muerte de la planta si no se controla.

La lucha de una tradición frente a la adversidad


El cultivo de cempasúchil en México enfrenta cada vez más desafíos que amenazan la continuidad de esta tradición agrícola. Este año, además de luchar contra las plagas, los productores como doña Genoveva han tenido que enfrentar condiciones climáticas adversas, pues la temporada de lluvias de 2025 fue particularmente dura, con precipitaciones récord que provocaron inundaciones y pérdidas significativas en varias regiones.

Doña Genoveva recuerda dos semanas continuas de lluvia que afectaron las flores y otras plantas. “El cempasúchil necesita sol; las granizadas dañaron mi manita de león, otra flor para ofrendas, y perdí toda la producción”, explica. Para suplir esta pérdida, la familia recurrió a su vecina y amiga, Imelda Martínez, quien, junto a su esposo, pudo salvar parte de la flor, aunque notaron que esta creció más pequeña por las difíciles condiciones.

Pero no solo la naturaleza juega en contra. Los agricultores también enfrentan el robo de flores durante la temporada. Doña Salu, como también conocen a Imelda en el pueblo, cuenta que en ocasiones les han robado decenas de ramos. “Sabía quién fue, pero no hice nada porque ya no puedo permitirme enojarme", relata resignada. En otra ocasión, enfrentó a un ladrón con una vara, pero él la amenazó con un cuchillo, y ese episodio le provocó un infarto. Desde entonces, ha preferido evitar confrontaciones para cuidar su salud.

A este panorama se suma la dura competencia con flores importadas, especialmente de China y Estados Unidos, que suelen venderse en macetas con hasta 10 flores. Estas plantas, sin embargo, son híbridas y no producen semillas porque son solo hembras.

“La gente a veces quiere puras plantas esponjosas, puras hembras, porque piensan que los machos son flores que salieron feas, pero no es así. Esas flores con pocos pétalos son necesarias para polinizar la flor y seguir sembrando. Eso no lo consideran cuando compran sus macetas”, explica doña Genoveva.

Paralelamente, los revendedores presionan con precios muy bajos, buscando pagar hasta un 50% menos que el costo real, para luego venderlo hasta tres veces más caras.

A pesar de estos obstáculos, la familia de doña Genoveva no pierde la esperanza. Tras cargar la camioneta con flores rumbo a la capital, se sientan a desayunar, hablan de la próxima temporada y del ritual que mantienen cada año con la preparación de la ofrenda en memoria de sus antepasados.

Érika, emocionada, recuerda las enseñanzas de sus abuelos y la importancia de su trabajo: “Cuando ponemos el altar, les decimos que ahí están las flores que cultivamos en las milpas que ellos también trabajaron. Esas mismas flores que llegan a muchas casas con cariño, de nuestra milpa a su altar”.


SOURCE: TRT Español