Paraguay impulsa integración energética con gasoducto del Cono Sur para conectar Argentina y Brasil

Con el Gasoducto Bioceánico, Paraguay busca transformarse en un eje energético clave del Cono Sur y blindar una alianza con Argentina y Brasil como puente logístico. Sin embargo, hay desafíos ambientales y de sostenibilidad.

By Julieta H. Heduvan
El Gasoducto Bioceánico es mucho más que una obra de infraestructura, es un proyecto que busca transformar el mapa energético del Cono Sur.

Se está trazando una nueva arteria vital en el mapa energético de Sudamérica: el Gasoducto Bioceánico. Este ambicioso proyecto, que servirá como corredor estratégico, busca transportar gas natural desde la vasta formación de Vaca Muerta, en Argentina, hasta el voraz mercado industrial de Brasil, cruzando el Chaco, en el corazón de Paraguay. El gasoducto, que además conecta los océanos Atlántico y Pacífico, representa una gran apuesta de Paraguay en el tablero geopolítico regional y podría redefinir el rol del país en el equilibrio del poder energético, dejando atrás a Bolivia como el actor históricamente dominante.

De hecho, este octubre, durante la X Semana de la Energía de Olade en Santiago de Chile, Julio Albertini, del Ministerio de Energía de Paraguay, destacó que el proyecto tiene el potencial de convertirse en el “próximo canal de Panamá” del gas latinoamericano, al interconectar a países productores y consumidores de la región.

La apuesta paraguaya

Actualmente, la visión paraguaya es clara y va mucho más allá del gas. Este gasoducto es la pieza angular de su estrategia para convertirse en un corredor logístico y energético indispensable. Es la materialización concreta del sueño del Corredor Bioceánico, donde la energía fluye con la misma intensidad que las mercancías por las carreteras, transformando la mediterraneidad en una ventaja estratégica.

Los detalles técnicos del proyecto revelan su envergadura. Con una inversión estimada de 2.000 millones de dólares, el ducto se extendería a lo largo de 1.050 kilómetros. Su recorrido comenzaría en el norte de Argentina, con un tramo de 110 km, para luego adentrarse 530 km en el territorio paraguayo, recorriendo la planicie chaqueña, y finalmente conectar con la red brasileña a lo largo de 410 km hasta alcanzar el vital Gasbol y de ahí, el mercado de Sao Paulo.

El primer paso formal se dio en febrero de 2025, con la firma de un memorándum de entendimiento entre Paraguay y Brasil en Campo Grande, donde se destacó el fomento de inversiones en infraestructura, la generación de empleo y el desarrollo económico, entre otros asuntos.

Poco después, en julio del mismo año, en el marco de una Cumbre del Mercosur en Buenos Aires, Paraguay y Argentina rubricaron otro acuerdo para crear un grupo de trabajo técnico binacional. El siguiente paso natural sería un acuerdo trinacional al más alto nivel, consolidando la voluntad política.

Los intereses de cada nación en este gran juego energético son claros. Para Argentina, es la gran oportunidad de monetizar el tesoro de Vaca Muerta, una de las mayores reservas de gas no convencional del mundo, y convertirse en un exportador energético confiable para su socio más grande. En el caso de Brasil, se trata de una cuestión de seguridad nacional: diversificar sus fuentes de energía y asegurar el suministro para una demanda que se duplicará en la próxima década, especialmente para el estado de Mato Grosso do Sul, ávido de gas.

Una jugada geopolítica


Paraguay es quien tiene más que ganar. El país espera obtener ingresos por el canon territorial derivado del tránsito, diversificar su matriz energética con la incorporación de gas natural en la generación eléctrica y en la industria, y aprovechar la obra para dinamizar el desarrollo del Chaco, con potencial para atraer inversiones en sectores como el cemento, los fertilizantes y el procesamiento de hierro. La geografía llana del Chaco y la franja ya liberada por la Ruta Bioceánica facilitan la construcción y reducen costos de expropiación, lo que refuerza la viabilidad técnica del trazado.

Sin embargo, este progreso resuena como una campana de alarma en La Paz. Bolivia, que durante décadas ha sido el gran proveedor de gas de la región, ve cómo su hegemonía se desvanece tan rápido como sus reservas. Su producción ha caído en picada, de 56,6 millones de metros cúbicos diarios en 2016 a menos de 30 en 2024, y sus exportaciones se han desplomado. El proyecto paraguayo amenaza con marginarlo por completo, ofreciendo a Brasil una ruta más directa, moderna y que elimina la necesidad de un intermediario. Aunque Bolivia intenta reaccionar, prometiendo aumentar sus reservas y ofreciendo su infraestructura subutilizada, la urgencia de Brasil y la eficiencia de la ruta paraguaya pintan un futuro complicado para el país.

Por otro lado, a pesar del optimismo oficial, el proyecto de Paraguay no está exento de voces críticas. Desde el sector privado se advierte sobre los altos costos de inversión que implicaría el tramo paraguayo, mientras que la Asociación Paraguaya de Energías Renovables (APER) alerta sobre el riesgo de apostar por un combustible fósil en plena transición energética. Se cuestiona si los recursos comprometidos no deberían destinarse al desarrollo del potencial solar, eólico y de biomasa, que podrían asegurar una soberanía energética más sostenible. Asimismo, se exige que los estudios de impacto sean exhaustivos para proteger el frágil ecosistema del Chaco y a las comunidades que lo habitan.


El gran articulador



El Gasoducto Bioceánico se perfila como un proyecto transformador, capaz de redefinir el papel de Paraguay en el escenario regional. De esta manera, el país podría pasar de ser un actor periférico a convertirse en un puente energético estratégico, con potencial para dinamizar la economía de sus socios. Según algunos informes, esta iniciativa podría generar ingresos combinados de hasta 800 millones de dólares anuales para los gasoductos asociados —TGN (Argentina) y Gasbol (Brasil)— mediante el uso de la capacidad ociosa y la optimización de la infraestructura regional, consolidando así la posición de Asunción como un socio indispensable.

Algunas estimaciones indican que el proyecto reduciría los costos para los aliados, permitiendo que el gas argentino llegue a São Paulo a 10 dólares por millón de Unidad Térmica Británica (BTU), frente a los 13 dólares actuales, generando ahorros anuales de más de 1.000 millones de dólares para Brasil. En el caso de Argentina, podría generar ingresos superiores a 1.500 millones de dólares por año por la venta y el transporte del gas. Para Asunción, la iniciativa consolidaría su papel como articulador logístico y fortalecería su capacidad negociadora dentro del Mercosur, un espacio donde su peso económico suele ser limitado.

"Queremos que esta integración no solo estabilice nuestra matriz energética, sino que también nos posicione competitivamente frente a la región. La energía ya no es solo un recurso: es una herramienta de política internacional y de desarrollo industrial", resaltó Mauricio Bejarano, viceministro de Minas y Energías de Paraguay, en octubre.


Al mismo tiempo, el proyecto refleja un intento de blindar al eje Argentina-Brasil-Paraguay frente a la creciente presencia de otros actores geopolíticos en Sudamérica. China, con sus inversiones en infraestructura y energía, ha avanzado sobre todo en Bolivia, Perú y Brasil; mientras que Estados Unidos sigue buscando garantizar acceso a recursos estratégicos. En este tablero de competencias estratégicas, la construcción de un corredor energético autónomo entre socios del Mercosur puede interpretarse como una apuesta por la integración regional “desde adentro”, reduciendo dependencias externas y reforzando la soberanía energética compartida.


El reto para Paraguay


No obstante, su viabilidad excede los acuerdos diplomáticos o la ingeniería financiera: el verdadero reto radica en la capacidad del país para gestionar con visión los inevitables “trade-offs”, o concesiones que impone el proyecto. Paraguay enfrenta una encrucijada que lo obliga a equilibrar los ingresos por tránsito con una transición energética real; aprovechar el crecimiento económico impulsado por el gas sin comprometer el frágil ecosistema chaqueño; y capitalizar la oportunidad geopolítica inmediata sin hipotecar su apuesta estratégica por las energías renovables.

La decisión no es dicotómica. El éxito del gasoducto no dependerá únicamente de su construcción, sino de la habilidad de Paraguay para convertirlo en una palanca hacia un desarrollo sostenible y diversificado. Su verdadero legado debería ser sentar las bases para que el país, además de consolidarse como hub logístico, pueda emerger también como referente en energía verde, garantizando así soberanía y prosperidad a largo plazo.