La restauración, liderada por la Agencia Turca de Cooperación y Coordinación (TIKA), rinde homenaje a las más de ocho mil víctimas bosnias asesinadas el julio de 1995.
Al cruzar la entrada, una pared tapizada con setecientas fotografías recibe al visitante. A su lado reposan zapatos cubiertos de polvo y cartas que nunca llegaron a destino, testimonios mudos de un mundo que no evitó el exterminio. Imágenes, videos y objetos personales relatan vidas truncadas por una barbarie que Europa no vivía desde el Holocausto.
Desde 1995, TIKA mantiene presencia activa en Bosnia y Herzegovina con proyectos educativos, sanitarios y de preservación cultural, pero su presidente Serkan Kayalar describe esta obra como “el proyecto más conmovedor” en tres décadas de trabajo en la región. El objetivo es claro: mantener viva la memoria para que la historia no se repita.
Entre fotografías, correspondencia y ecos de aquel julio negro, cada sala del museo recuerda que la justicia comienza por la memoria.

