Hace 30 años, en la “zona segura” de Srebrenica, las fuerzas serbobosnias masacraron a más de 8.000 musulmanes bosnios —mujeres y niños incluidos— ante la pasividad de la ONU y la OTAN, que retiraron sus tropas cuando más se las necesitaba. Aquella desprotección abrió la puerta a ejecuciones planificadas y brutales; miles de cuerpos acabaron en fosas comunes.
La justicia llegó tarde. Ratko Mladić, el “Carnicero de los Balcanes”, y otros responsables fueron condenados años después, pero ni los procesos judiciales ni las sentencias devolvieron las vidas arrebatadas.
Hoy, ese eco retumba en Gaza: civiles bombardeados, niños asesinados y una comunidad internacional que mira hacia otro lado. Olvidar Srebrenica es ignorar el dolor que acontece ahora.
Cada silencio tras un genocidio prepara el terreno para la próxima tragedia.

