Lo que el ataque en Australia revela del odio antimusulmán y la política selectiva de la violencia

El mundo se apresura a culpar a la religión por el ataque terrorista en Bondi Beach, Australia, pero convenientemente ignora el hecho de que el hombre que se enfrentó a uno de los asesinos armados y salvó tantas vidas también es musulmán.

By Syed Unns
Monumento en honor a las víctimas del tiroteo masivo en Bondi Beach, Sídney / Reuters

El tiroteo masivo en Bondi Beach de Sídney, Australia, que se perpetró durante el primer día de la festividad religiosa judía de Jánuca, es ante todo una profunda tragedia humana y un acto arraigado en la violencia antisemita.

Un momento dedicado a la práctica religiosa y a la reunión comunitaria fue brutalmente interrumpido, matando al menos a 15 personas, devastando familias y enlutando a una ciudad.

Cualquier discusión que surja ante este hecho debe comenzar con un reconocimiento: el ataque apuntó contra la comunidad judía en un momento sagrado, y las víctimas merecen recuerdo, dignidad y justicia, libres de cualquier distorsión política.

Sin embargo, la historia demuestra que tales momentos de trauma colectivo rara vez se limitan únicamente al duelo.

En las sociedades de Occidente –y en gran parte del mundo– los actos de violencia pública quedan rápidamente atrapados en narrativas políticas más amplias, a menudo antes de que se completen las investigaciones o los motivos se establezcan claramente.

Y el tiroteo masivo de Bondi Beach no es la excepción.

En apenas cuestión de horas tras el ataque, plataformas de internet, especialmente redes como X, ya estaban inundadas de especulaciones, insinuaciones y acusaciones directas contra los musulmanes.

Publicaciones que vinculaban la violencia con el islam, la migración o el “extremismo musulmán” se difundieron rápidamente, a pesar de la ausencia de evidencia verificada.

Algunos usuarios de redes sociales incluso compartieron videos de fuegos artificiales relacionados con Navidad para afirmar que “islamistas" estaban celebrando el asesinato de judíos en Bondi Beach. Parte de la desinformación rayaba en lo absurdo.

Esta búsqueda reflexiva de chivos expiatorios se desarrolló incluso mientras las autoridades instaban a la moderación, y las investigaciones continuaban.

Lo que hace que esta reacción sea especialmente reveladora es un hecho que cuestiona estas narrativas, pero que ha tenido dificultades para obtener la misma atención.

Un héroe musulmán

Uno de los individuos que intervino para detener a uno de los atacantes armados, poniendo su propia vida en riesgo, es musulmán. 

Ahmed Al Ahmed, vendedor de frutas y quien estaba en Bondi Beach, confrontó y ayudó a neutralizar al atacante. Sus acciones sin duda salvaron muchas vidas.

Esto no fue solidaridad simbólica o condena en retrospectiva, fue valentía inmediata y física frente a la violencia letal.

Sin embargo, la acción de Al Ahmed no se ha conocido tanto ni tan rápido en internet como las acusaciones infundadas contra los musulmanes como colectivo. Su historia interrumpe y cuestiona una narrativa que algunos están ansiosos por promover, y por eso suele dejarse de lado.

Y esta contradicción yace en el corazón de un problema más amplio.

En el discurso político de Occidente, la violencia rara vez se trata de manera neutral. Cuando un atacante es musulmán –o incluso se percibe como tal– estos incidentes se enmarcan rápidamente como amenazas a la civilización.

Por lo que suelen estar seguidos de llamados a una vigilancia más intensa, restricciones a la expresión religiosa y políticas migratorias más estrictas.

Ahora bien, cuando el atacante no es musulmán, el lenguaje entonces gira hacia las crisis de salud mental, atacantes que actuaron en solitario o anomalías trágicas.

El resultado es una política selectiva de la violencia, donde la identidad determina la interpretación de los hechos en lugar de la evidencia.

El odio antimusulmán no requiere confirmación: crece alimentado de miedo, ambigüedad y repetición.

Las plataformas digitales aceleran este proceso, recompensando la indignación por encima de la precisión y la velocidad por encima de la responsabilidad.

Los actores de extrema derecha entienden muy bien esta dinámica. En momentos de crisis, las redes sociales se convierten en una herramienta para promover agendas de larga data bajo la bandera de la seguridad y la cohesión nacional.

Las comunidades musulmanas, independientemente de su inocencia o proximidad, se convierten en objetivos colaterales, de las que se espera que condenen con fuerza, demuestren lealtad o se distancien de crímenes que no cometieron.

Retórica antimusulmana recargada

Este enfoque acarrea consecuencias graves.

Primero, distorsiona la comprensión pública de la violencia. La abrumadora mayoría de los crímenes violentos en las sociedades occidentales, como los frecuentes tiroteos masivos en Estados Unidos, no están impulsados por la religión o la ideología.

Vincular obsesivamente la violencia con el islam desvía la atención de amenazas reales y documentadas, incluyendo el extremismo de extrema derecha, las redes de radicalización en línea, la violencia misógina, y las fallas sistemáticas en la intervención de salud mental.

Segundo, profundiza las fracturas sociales. Cuando comunidades enteras son tratadas como sospechosas, la confianza se erosiona.

La alienación crece. La cooperación con las autoridades se debilita. Irónicamente, las políticas justificadas en nombre de la seguridad a menudo socavan la misma cohesión social que afirman proteger.

Las acciones de Ahmed Al Ahmed deberían haber reformulado la conversación. Al no suceder, queda expuesto cuán rígidas se han vuelto las narrativas dominantes.

El heroísmo musulmán es tratado como una excepción en lugar de una evidencia contra el prejuicio. La pertenencia de los musulmantes se vuelve condicional en momentos de crisis.

Australia, como gran parte de Occidente, ahora enfrenta una elección.

Puede responder a la violencia con políticas basadas en la evidencia, responsabilidad mediática y solidaridad comunitaria, o continuar por un camino donde el miedo dicta la culpa y la tragedia es reutilizada para ganancias políticas.

El tiroteo de Bondi Beach merece un recuerdo solemne, no una distorsión oportunista.

Las víctimas judías merecen justicia, no narrativas que alimenten más odio.

Y figuras como Ahmed Al Ahmed merecen reconocimiento, no porque sean musulmanes, sino porque sus acciones nos recuerdan una verdad ignorada con mucha frecuencia en tiempos de crisis: la humanidad no pertenece a una sola identidad.

Hasta que las sociedades de Occidente aprendan a confrontar la violencia sin buscar chivos expiatorios, tragedias como la de Bondi Beach continuarán sirviendo no solo a quienes perpetran la violencia, sino a quienes la explotan y la aprovechan.