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La crisis de confianza que atraviesa la ONU y qué debe hacer para superar la brecha de expectativas
A medida que diversos conflictos devastan varias partes del mundo, la Organización de las Naciones Unidas se encuentra bajo un intenso escrutinio.
La crisis de confianza que atraviesa la ONU y qué debe hacer para superar la brecha de expectativas
El emblema oficial de las Naciones Unidas en su sede principal, ubicada en la Ciudad de Nueva York. / Reuters
hace 7 horas

En septiembre del año pasado, durante la semana de alto nivel de la 79.ª Asamblea General de las Naciones Unidas, entrevisté a Stéphane Dujarric, portavoz del secretario General de la ONU, mientras caminábamos por el Jardín de las Rosas de la sede de la ONU en Nueva York.

Dentro del edificio de la ONU, se pronunciaban discursos sobre la paz, el multilateralismo y la responsabilidad compartida. Afuera, el ambiente era muy diferente: a pocas calles, los manifestantes se alineaban en las aceras, el tráfico estaba paralizado por las caravanas y había un cinismo palpable en el ambiente.

Ese día lo había dedicado a hablar con neoyorquinos, diplomáticos, trabajadores humanitarios y observadores, quienes expresaron el mismo sentimiento: una pérdida de fe en las Naciones Unidas. Con los conflictos en curso en Gaza, Sudán y Ucrania, las personas que entrevisté cuestionaban si la ONU seguía siendo relevante.

Así que, mientras Dujarric y yo caminábamos, le pregunté con insistencia: "¿Crees que la gente espera más de las Naciones Unidas de lo que realmente puede hacer?".

Así me respondió: "Algo importante —y eso es, en cierto modo, responsabilidad tuya y de los medios— es explicar qué es la ONU, ¿verdad? El secretario general de la ONU no es una persona omnipotente y poderosa que comienza y termina conflictos, ¿correcto? En las cuestiones políticas y de seguridad, que en realidad dirige el Consejo de Seguridad, son los Estados miembros los que se encargan de ello. Y esos poderosos Estados miembros están en un punto muerto".

Esa conversación me quedó grabada en la mente. En aquel momento, tomé sus palabras como un desafío. Durante el último año, en mis reportajes y análisis, he intentado hacer lo que me pidió: explicarle al público que la ONU es un foro de 193 Estados miembros, no un gobierno mundial con poderes ilimitados. Le he recordado a la gente que sus éxitos y fracasos reflejan, en última instancia, la disposición —o falta de disposición— de las naciones para actuar.

Y, sin embargo, un año después, no puedo evitar la sensación de que incluso estas explicaciones se quedan cortas. La confianza del público en la ONU es ahora más baja que nunca, y ningún contexto puede cambiar la realidad: las personas están profundamente desilusionadas.

Un momento crudo de desconfianza



Presencié esa desilusión de cerca justo antes de la semana de alto nivel de la 79.º Asamblea General de la ONU. Un día antes de que los líderes mundiales se reunieran en Nueva York, moderé un foro abierto con dos expresidentes de la Asamblea General, María Fernanda Espinosa y Vuk Jeremic.

El debate estaba repleto de estudiantes de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia, deseosos de participar y hacer preguntas. Durante la transmisión en vivo, hice algo espontáneo. "Si tienen fe en las Naciones Unidas", pedí, "levanten la mano".

Ni una sola mano se levantó. María Fernanda Espinosa hizo una mueca y dijo en voz baja: "¡Ay!".

Creo que ese momento único captó una verdad que los expertos han repetido en campos de refugiados, zonas de guerra y círculos diplomáticos por igual: una creciente generación simplemente ya no cree en la ONU.

Ahora bien, este sentimiento no se limita únicamente a un grupo de estudiantes. Los datos de una encuesta global muestran un panorama similar. Según un análisis reciente del Observatorio Global, la confianza en la ONU disminuyó en 23 de los 27 países analizados entre 2021 y 2024.

El Barómetro de Confianza de Edelman muestra que, si bien la mayoría –el 58 % de las personas en todo el mundo– todavía dice confiar en la ONU, esa cifra ha disminuido constantemente en los últimos años.

La más reciente encuesta del Pew Research Center, publicada justo antes del 80.º periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, revela un mundo aún dividido en su visión de la ONU. Seis de cada diez adultos en 25 países (61%) tienen una opinión favorable de la organización, mientras que casi un tercio (32%) la ve desfavorablemente.

El apoyo sigue siendo sólido en países como Canadá, Alemania, Indonesia, Corea del Sur, Nigeria y Kenia, pero el escepticismo persiste en regiones como Oriente Medio, Europa del Este y América Latina, donde muchos cuestionan la capacidad de las Naciones Unidas para abordar eficazmente las crisis actuales.

Paradójicamente, a pesar de estas frustraciones, se sigue confiando más en la ONU que en muchos gobiernos nacionales y organizaciones regionales, lo que indica que, si bien la gente puede estar enfadada, no ha abandonado por completo la institución… al menos no todavía.

La brecha de expectativas



Aquí está la paradoja: la ONU se fundó para "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra".

Pero también se construyó sobre una estructura que otorga a sus miembros más poderosos —los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad— la capacidad de vetar decisiones.

Cuando Estados Unidos, Rusia o China bloquean resoluciones, la ONU se paraliza precisamente cuando más se necesita.

Esta falla estructural ha alimentado crecientes demandas de reforma. Entre ellas, las frecuentes peticiones del presidente de Türkiye, Recep Tayyip Erdogan, quien desde hace tiempo argumenta que "el mundo es más grande que cinco", en referencia a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad cuyo poder de veto puede frenar cualquier acción incluso ante crisis globales.

En marzo de 2024, me reuní con Dennis Francis, entonces presidente del 78.º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Le pregunté sobre lo que la ONU puede y debe hacer, incluso cuando el Consejo de Seguridad está estancado. Su respuesta: “Quiero comenzar diciendo que la ONU no es el problema. La misión de la ONU es resolverlo. Es cierto que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –que tiene la responsabilidad principal, según la Carta, en materia de paz y seguridad– no ha logrado alcanzar las expectativas en el cumplimiento de su mandato. El Consejo no ha podido acordar una resolución sobre Gaza en particular.

Y luego añadió: “Pero ese no es el caso de la Asamblea General. La Asamblea General ha aprobado dos resoluciones sobre Gaza y seis sobre la guerra en Ucrania. Estas resoluciones han sido muy firmes y claras: piden un alto el fuego inmediato, la liberación de rehenes y el acceso reiterado de la ayuda humanitaria y el apoyo a la población de Gaza”.

Sin embargo, para las familias atrapadas en zonas de conflicto, estos matices políticos no importan. Ven sufrimiento y esperan acción.

Cuando esa acción no ocurre, dirigen su ira contra la ONU. Esta se convierte en el símbolo visible del fracaso, aunque la causa raíz reside en los gobiernos que ondean las banderas en el Salón de la Asamblea General. Eso es lo que ahora considero la brecha de expectativas: la distancia entre lo que la gente quiere que sea la ONU —un salvador— y lo que realmente es: un mediador con herramientas limitadas.

El camino a seguir



Como periodistas, intentamos superar esa brecha. Nos ponemos frente a las cámaras, explicando por qué una misión de mantenimiento de la paz no puede desplegarse sin un mandato del Consejo de Seguridad o por qué las sanciones fracasan sin un acuerdo unánime.

Pero hay momentos en que esas explicaciones resultan huecas.

Una cosa es explicar geopolítica desde la mesa de un estudio. Otra muy distinta es estar en un campo de refugiados en Gaza o Sudán y decirles a las familias que el principal organismo de mantenimiento de la paz del mundo no puede protegerlas porque cinco naciones poderosas a miles de kilómetros de distancia no se pusieron de acuerdo en una votación.

Creo que esa es la carga de la que habló Dujarric durante nuestra caminata.

Las encuestas sugieren que aún hay tiempo para cambiar la situación. La mayoría todavía cree en la misión de la ONU, incluso si la confianza se está debilitando.

Pero el tiempo avanza. Sí, el Consejo de Seguridad de la ONU y la ONU en general deben reformarse internamente. Pero, igual de importante, se requiere un diálogo más honesto con el público sobre lo que la organización puede y no puede hacer.

Quizás el verdadero desafío no sea solo mejorar la ONU, sino cómo la entendemos.

Un año después de aquella conversación con Dujarric, hice lo que me pidió: intenté informar.

Pero cuando recuerdo aquella asamblea pública de TRT World que organicé con expresidentes de la Asamblea General de las Naciones Unidas, y esa sala llena de estudiantes de periodismo de la Universidad de Columbia, donde ni una sola mano se levantó, me pregunto si informar es suficiente.

Si el mundo sigue esperando milagros de una institución construida sobre el compromiso, la decepción seguirá resonando en salas como aquella.

Y el inconfundible "¡Ay!" de Espinosa aquel día captó con precisión lo dolorosa que se ha vuelto esa brecha entre las expectativas y la realidad.


FUENTE:TRT World
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