Un año transcurrió desde la caída de Bashar Al-Assad en Siria, un acontecimiento que puso fin a más de seis décadas de régimen y abrió una nueva etapa en la historia moderna del país, cuyo gobierno actual, liderado por el presidente Ahmed Al-Sharaa, se ha consolidado en la escena diplomática internacional.
La caída del régimen, el 8 de diciembre, siguió a una ofensiva relámpago de grupos opositores que comenzó el 27 de noviembre de 2024, con la liberación de Alepo del control de Al-Assad, avanzando luego hacia otras ciudades clave y, finalmente, la capital, Damasco. Durante días, millones de sirios salieron a las calles a celebrar algo que semanas atrás parecía impensable. Frases como “Triunfó la revolución” y “La primavera llegó en invierno” inundaban la prensa local. De este modo, se cerró un capítulo histórico con un final abrupto y casi silencioso para un régimen que ha llevado el control de Siria durante más de medio siglo.
Sin embargo, el régimen dejó al país sumido en ruinas y con un saldo humano devastador: según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, al menos 657.000 personas murieron desde el inicio del conflicto. A ello se sumó un desplazamiento masivo, con más de 13 millones de sirios obligados a abandonar sus hogares, lo que constituye uno de los mayores éxodos contemporáneos, según cifras de la Red Siria para los Derechos Humanos (SNHR) y organismos humanitarios.
Además, la infraestructura del país tampoco quedó indemne: el Banco Mundial estima que alrededor del 48% de la infraestructura física del país resultó destruida o gravemente dañada, afectando viviendas, hospitales, redes eléctricas y sistemas de agua. Y por si fuera poco, según estimaciones de la ONU, al menos 130.000 personas fueron desaparecidas forzosamente en Siria durante el conflicto iniciado en 2011, aunque otras fuentes elevan la cifra hasta 300.000.

El primer año de transición
Tras la caída del régimen, el país entró el 8 de diciembre de 2024 en una fase de transición política, diplomática y económica sin precedentes. Los miembros del grupo que lideró la ofensiva contra Assad, Hayat Tahrir Al-Sham (HTS), comenzaron a implementar medidas para una nueva Siria.
Una de las primeras acciones fue la liberación de los presos de las cárceles del antiguo régimen, como la conocida de Sednaya, apodada “el matadero humano”, y la búsqueda de desaparecidos.
Ahora bien, tras los primeros meses de celebraciones multitudinarias y el regreso masivo de cientos de refugiados sirios, se formó un gobierno de transición. En enero de 2025, la administración militar nombró a Al-Sharaa como presidente interino, derogó la Constitución aprobada durante el régimen de Al-Assad en 2012 y disolvió las instituciones del antiguo régimen para dar paso a las nuevas.
En febrero, la Unión Europea suspendió sanciones económicas contra Damasco y se celebró la Conferencia Nacional Siria, que reunió a más de 600 delegados para sentar las bases de la transición, la justicia y las reformas. En marzo, Al-Sharaa impulsó una declaración constitucional que estableció un periodo de transición de cinco años e inició la integración del grupo FDS en el Estado, cerrando la puerta a cualquier proceso de separación.
Desde abril, Siria comenzó a reinsertarse en la escena internacional. Funcionarios sirios participaron en reuniones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial por primera vez en más de dos décadas. El Reino Unido levantó sanciones a varias entidades y, en mayo, Siria saldó más de 15 millones de dólares de deuda con la Asociación Internacional de Fomento, recuperando acceso a financiación internacional. Estados Unidos flexibilizó restricciones clave y la Unión Europea retiró la mayoría de sus medidas económicas. Asimismo, empresas de Türkiye, Estados Unidos y Qatar firmaron un acuerdo energético de miles de millones de dólares.
El verano, sin embargo, trajo consigo importantes amenazas desde el exterior. En julio estallaron enfrentamientos entre grupos drusos y beduinos en Sweida, seguidos de nuevos ataques aéreos israelíes en varias provincias sirias, operaciones que constituyeron una violación flagrante de la soberanía nacional en un momento en que el país trataba de estabilizarse. Estos bombardeos de Israel, carentes de autorización internacional y ajenos al marco legal que rige el uso de la fuerza entre Estados, agravaron la inseguridad en zonas ya vulnerables, causaron cientos de muertos y miles de desplazados en cuestión de días. Además, desde entonces, Israel continúa entrometiéndose, bombardeando, ocupando y atacando Siria.
Pero en paralelo, mes a mes, Siria seguía ganando mayor peso en la diplomacia global. De hecho, en septiembre ocurrió un hecho histórico: Al-Sharaa tomó la palabra ante la Asamblea General de la ONU, algo que ningún líder sirio había hecho desde 1967, y presentó al país entrando en una nueva fase centrada en la justicia transicional, las instituciones y la garantía de derechos y libertades.
En octubre se celebraron las primeras elecciones parlamentarias desde la caída del régimen, mediante un sistema mixto que buscaba equilibrar representación y control institucional. Ese mismo mes, ministros sirios y turcos mantuvieron conversaciones de alto nivel tras años de tensiones.
En noviembre, Al-Sharaa fue recibido en la Casa Blanca, donde el presidente estadounidense suspendió sanciones clave del Caesar Act durante 180 días, mientras Siria se unía a la coalición internacional contra Daesh. Además, la Unión Europea celebró por primera vez en Damasco su jornada de diálogo con la sociedad civil. Y, a finales de noviembre, el país asumió la presidencia del Consejo de Ministros de Información de la Liga Árabe.
Diciembre cerró el ciclo con dos gestos históricos: una delegación del Consejo de Seguridad de la ONU visitó Siria por primera vez desde su creación en 1945 y Canadá retiró al país de su lista de Estados patrocinadores del terrorismo.

Siria ante su futuro
Hoy, un año después de la caída de Al-Assad, Siria es un país muy distinto. Sin embargo, las heridas de la guerra siguen presentes: ciudades devastadas, millones de desplazados y comunidades rotas recuerdan la magnitud del desafío pendiente.
Pero frente a ese panorama, el primer aniversario de la caída del régimen ha estado marcado por un ánimo esperanzador. Para muchos sirios, la sensación predominante es que el país, por fin, comienza a avanzar en una dirección distinta y que el cambio ha empezado a abrirse paso.
Esa percepción aparece reflejada en testimonios como el Zein Al-Abidin, que regresó tras 14 años de exilio. En diálogo con la Agencia Anadolu, resume así el significado de su retorno: “Volver a mi país después de 14 años es una revolución en sí misma”. De manera similar, Khalid Al-Khatib, ausente de Damasco desde 2012, describe un ambiente completamente renovado: “Hoy hay confianza, respeto y dignidad en todas partes”. Por su parte, Ghadir Masifaa ofrece una mirada que conecta con el sentir de amplios sectores de la sociedad: “Esto es libertad… Siria está avanzando, levantándose. La gente es el motor de este cambio”
Así, por primera vez en mucho tiempo, Siria parece caminar hacia una historia nueva, sostenida por la voluntad de sus ciudadanos y por un deseo profundo de reconstruir la vida que la guerra interrumpió.




















