“Pintar es devolver vida”: Al Shab, la artista que impulsa la reconstrucción de Siria con sus obras
NUEVA SIRIA
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“Pintar es devolver vida”: Al Shab, la artista que impulsa la reconstrucción de Siria con sus obrasLa artista siria Faten Al Shab recuerda el dolor de huir de Idlib, su ciudad natal, en medio de la guerra, las pérdidas y la devastación. Después de 14 años, vuelve con sus pinceles para contribuir, desde el arte, a la reconstrucción de su ciudad.
Faten impulsa esperanza en Idlib: niños transforman escenas cotidianas en arte que sana y une. Foto: Cortesía de la artisita. / TRT Español
8 de diciembre de 2025

“Cuando salí de Siria, el camino estaba lleno de destrucción. Vi cadáveres a ambos lados de la carretera”, cuenta la artista siria Faten Al Shab al rememorar el momento exacto en que cambió su vida para siempre, mientras el país entraba en la guerra civil que se extendería desde 2011 hasta 2024.

“No sabía nada de mi familia”, recuerda en diálogo con TRT Español. “Después supe que habían sido desplazados y que pasaron cuatro noches en una estación de tren, huyendo de los bombardeos. Imaginarlos allí fue lo más duro”.

La guerra en Siria le arrebató a su hermano y, con él, su paz interior. Casi 14 años después y tras la muerte de más de 600.000 personas, llegó el 8 de diciembre de 2024, cuando cayó el régimen de Bashar Al-Assad. Fue entonces cuando Faten regresó a su ciudad natal, Idlib, solo para encontrarse con un paisaje devastador.

La artista, reconocida por su realismo expresivo, se sumó a iniciativas para impulsar la reconstrucción de Idlib y comenzó a recaudar fondos para educación y salud. “Quería devolverle algo a mi ciudad”, señala.

Desde entonces ha realizado más de 25 obras que retratan los rostros, la memoria y la vida cotidiana de Siria. Este 8 de diciembre, presenta en la “Exhibición de la Victoria”, en Idlib, una pieza que conmemora el primer aniversario de la liberación, donde el objetivo es, una vez más, recaudar fondos para reconstruir su querida ciudad.

Amor por el arte

Pero su amor por el arte nació mucho, mucho antes de las exhibiciones y el reconocimiento. Faten, hija de dos empleados públicos, creció en una casa humilde en el barrio de Maarrat Misrin. Allí descubrió su pasión por los colores y, sin acceso a materiales ni estímulo en su entorno, aprendió a improvisar, mezclando tonalidades y dedicando horas a sus dibujos.

Soñaba con estudiar arte en la escuela y luego en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Damasco, pero ese deseo chocaba con las expectativas familiares, donde, explica, le repetían que “quien no estudia ciencias es perezoso”.

“Nadie me apoyaba”, recuerda. Tras terminar la secundaria se casó y se mudó a Arabia Saudí, donde trabajaba su esposo. Allí encontró empleo en el sector de belleza, mientras criaba a sus tres hijos –que estudiaron odontología, medicina e ingeniería–, pero nunca abandonó del todo su vínculo con el arte ni con Siria. 

Faten siguió visitando su país cada vez que pudo, incluso en los años más difíciles del régimen de Al-Assad. Cuenta que, incluso antes de la guerra, tenía miedo antes de cruzar la frontera. “Todo podía cerrarse en cualquier momento”.

Un viaje que se convirtió en pesadilla

Pero su viaje en 2011 fue distinto. De hecho, se convirtió en una pesadilla: el régimen de Al-Assad bombardeó Idlib, mientras el ejército se desplegaba en puntos estratégicos, entre ellos el Aeropuerto de Alepo, donde estacionó tanques. En una de las carreteras principales, Faten vio docenas de cuerpos.

“Mi país se estaba derrumbando”, evoca. Y salir fue difícil. “El momento del despegue fue uno de los más difíciles de mi vida. Me senté junto a la ventana, pero no podía mirar por ella. No fui capaz de ver mi país mientras lo dejaba atrás, en medio de tanta destrucción y miedo. Temblaba de terror y ya ni siquiera podía pensar”, añade.

El reencuentro con la pintura en Türkiye

Como muchos sirios, Faten permaneció fuera de su país durante años, al igual que sus hijos. En 2020 decidió visitar a su hija, que estudiaba medicina, en Rize, en el noreste de Türkiye. Pero justo en ese momento la pandemia paralizó el mundo.

Aislada en esa ciudad costera del mar Negro, Faten volvió a refugiarse en el arte. Convirtió el balcón de su casa en un pequeño jardín que usaba como inspiración para retomar el lienzo. “Volví a pintar hasta recuperar mi alma”, afirma. “Me sentía otra vez acompañada por los colores, por la vida”.

Durante la cuarentena participó a distancia en exposiciones en ciudades turcas como Gaziantep, enviando sus obras por correo y asistiendo de forma virtual. Más tarde se mudó a Estambul, donde el bullicio artístico y la intensa vida cultural le devolvieron la inspiración y la energía creativa que había perdido.

“En Estambul volví a ser yo. Volví a ser la artista que llevaba años encerrada dentro de mí”, evoca. “La ciudad tenía vida, arte y artistas por todas partes. Cuando llegué sentí una paz inmensa y una cascada de inspiración; empecé a pintar sin parar”.

Se integró en la Asociación Sham de Artes Plásticas, Pinturas Sin Fronteras y la Casa Árabe-Turca, participando en muestras colectivas que, describe, le devolvieron la sensación de estar viva. Pero, como millones de sirios en el exilio, guardaba un sueño pendiente: visitar su tierra.

Regresar a casa

Tras la caída del régimen en diciembre de 2024, Faten regresó a Siria con sus pinceles y cuadros. “Quise devolverle vida a mi ciudad y a mi gente a través del arte”, relata.

En junio de 2025 participó en la inauguración del Centro Cultural de Idlib, en la primera exposición tras casi quince años de guerra. “Nunca imaginé volver a pintar en mi ciudad, rodeada de mi gente”, dice. “Sentí que por fin, entre los míos, me encontraba a mí misma como artista”.

Durante la exposición pintó en vivo a “la mujer que hornea pan en el tabun”, inspirada en su abuela, que desde muy joven se levantaba antes del amanecer para alimentar a la familia, y en las mujeres rurales que mantienen viva la tradición del horno de leña. “La gente se reunió a mi alrededor. Muchos me decían que mis cuadros les recordaban su infancia y su casa. Eso me llenó de emoción”, cuenta. “Estaba feliz”.

“Lo más valioso que tenía, lo di por mi ciudad”

Para Faten, el arte siempre ha sido clave para transmitir “un mensaje más profundo”. Con esa convicción, se sumó a la campaña “Lealtad a Idlib”, lanzada el 26 de septiembre de 2025, destinada a recaudar fondos para reconstruir la provincia y mejorar los sistemas de salud y educación, en beneficio de más de un millón de desplazados.

Eligió su cuadro favorito: el retrato de su suegro fallecido, a quien quería como a un padre. Esa cercanía la llevó a retratarlo con fidelidad, tal como lo guardaba en su memoria. En vida, pasaban horas conversando, compartiendo historias y libros.

Lo había pintado junto a un olivo, símbolo de su vínculo con la tierra que defendió hasta el final durante la guerra. Colocarlo allí lo volvió, en esencia, un emblema de resistencia y arraigo. “Era un hombre paciente, de corazón noble y lágrima fácil”, recuerda sobre él, quien falleció en 2014, tras refugiarse en Türkiye. “Se fue con el dolor de haber dejado su campo”.

Nunca pensó entregar la obra, pero finalmente la ofreció en beneficio de su ciudad. La inició durante sus últimas noches en Türkiye y la terminó tras regresar a Siria. Se subastó públicamente por 60.000 dólares, destinados íntegramente a salud y educación.

“Ese cuadro representa a Idlib, al olivo y a quienes resisten. Era lo más valioso que tenía, lo ofrecí por mi ciudad”, afirma. “Sentí que contribuí, aunque fuera un poco, a aliviar el sufrimiento de mi gente”.

La campaña recaudó más de 208 millones de dólares. Para Faten, su participación mostró que el arte no solo ayuda a reconstruir, sino también a mantener viva la esperanza. “Este cuadro no tiene precio; es un regalo para los desplazados que viven en tiendas”, asegura.

Inspirar y transmitir esperanza

Para apoyar la reconstrucción y dar esperanza a los jóvenes, Faten colaboró con la escuela Efecto Mariposa de Idlib, organizando una exposición infantil a dos ONG locales. En cinco días completaron 25 cuadros de escenas cotidianas, figuras sencillas, paisajes con soles y lunas, todos preparados para que los niños los terminaran a su manera. “Dejé que cada niño pusiera su toque, para que sintiera que el cuadro era suyo”, cuenta.

La experiencia le mostró la urgencia de impulsar proyectos artísticos que den consuelo e inspiración a las nuevas generaciones sirias. “Los niños necesitan espacios, materiales y alguien que los escuche”, afirma. “Mi mensaje es para las escuelas, los profesores y las organizaciones: los niños necesitan institutos de arte y apoyo psicológico real”.

Esa realidad se refleja en una de sus obras más conocidas, que muestra a dos niñas mirándose y a unos abuelos caminando de la mano por Alepo. “Son quienes más cariño necesitan. Y los dibujo para recordar a la gente su valor”, dice. Mientras el pueblo sirio busca sanar, reunir a sus familias y reconstruir el país, Faten resalta que el arte puede ser una fuente de inspiración.

“El arte les abre una ventana de esperanza en medio del miedo”, concluye. Tras su trabajo en la comunidad, incluso su familia, que antes dudaba de su vocación, ha cambiado de opinión. “Ahora mis padres se sienten orgullosos”.

FUENTE:TRT Español