El miércoles, la capital rusa fue escenario de un encuentro que marca un nuevo capítulo en la historia reciente de Siria. Ahmad Al-Sharaa, presidente de Damasco desde diciembre de 2024 tras la caída del régimen de Bashar Al-Assad, se reunió oficialmente con Vladimir Putin, en lo que supone su primera visita a Moscú desde que asumió el poder.
“Respetamos todos los acuerdos anteriores y la gran historia con Rusia, y tratamos de restaurar la naturaleza de estas relaciones”, declaró Al-Sharaa ante los medios en una conferencia de prensa conjunta con su homólogo ruso. Subrayó la dependencia de Siria en la experiencia rusa, especialmente en el sector energético, y enfatizó la voluntad de su gobierno de abrir una nueva etapa en la cooperación bilateral, tras años de conflicto y devastación en el país.
Por su parte, Putin habló de fortaleza y continuidad. Aseguró que las recientes elecciones parlamentarias en Siria ofrecerán un marco para reforzar los lazos entre “todas las fuerzas políticas” del país.
“A pesar de que Siria atraviesa actualmente momentos difíciles, esto fortalecerá, no obstante, los vínculos y la interacción entre todas las fuerzas políticas en Siria”, afirmó. Recordó además que los lazos entre Moscú y Damasco siempre han sido “exclusivamente amistosos” y mencionó la comisión intergubernamental que, operando desde 1993, ahora reanuda su actividad para consolidar la cooperación.
“Por nuestra parte, estamos preparados para hacer todo lo posible para implementarlas, así como para mantener contactos y consultas periódicas a través del Ministerio de Relaciones Exteriores”, concluyó Putin.

Extradición de Assad y futuro de las bases rusas en Siria
Pero la visita de Al-Sharaa a Moscú tenía un trasfondo más profundo que el simple restablecimiento de relaciones históricas. Según un funcionario del gobierno sirio citado por la agencia de noticias AFP, el presidente planeaba abordar un tema delicado: la posible extradición de Bashar Al-Assad, quien se refugió en Rusia tras ser derrocado. Ambos líderes también confirmarían conversaciones sobre el futuro de las bases militares rusas en Siria, un asunto estratégico que despierta interés tanto en Damasco como en Moscú.
Un día después de la caída de Assad, el Kremlin anunció que él y su familia habían recibido asilo en territorio ruso, un movimiento que complicó cualquier intento de llevar al exmandatario ante la justicia. Sin embargo, Al-Sharaa ya había dejado clara su postura en una entrevista con CBS News: su gobierno pretende agotar todos los mecanismos legales disponibles para exigir rendición de cuentas, sin confrontar a Rusia directamente.
“Hay generaciones enteras que han sufrido un trauma psicológico enorme. Por eso, es muy importante que el periodo de liberación ofrezca a la población nueva esperanza para su regreso y para la reconstrucción”, afirmó el presidente sirio. Añadió con determinación: “Usaremos todos los medios legales posibles para exigir que Bashar Al-Assad sea llevado ante la justicia”.
En esta línea, a finales de septiembre el juez investigador de Damasco, Tawfiq Al-Ali, emitió una orden de arresto en ausencia contra Assad, paso previo para elevar el caso a nivel internacional a través de Interpol.
Por otra parte, el Kremlin anticipó que la situación de las bases rusas en Siria, ubicadas en Tartus y Hmeimim, sería un tema inevitable en las conversaciones. “Es evidente que este tema será tratado de una forma u otra durante la conversación. Sí, puede esperarse”, declaró Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin, durante una rueda de prensa.
Assad, que gobernó Siria durante casi 25 años, huyó a Rusia a finales de 2024, poniendo fin al control del Partido Baaz que se había mantenido desde 1963. En enero, una nueva administración de transición, liderada por Al-Sharaa, comenzó a tomar las riendas del país, enfrentando la compleja tarea de reconstruir una nación marcada por décadas de conflicto y autoritarismo.