Cuando los principales líderes europeos firmaron el Tratado de Maastricht en 1992 para establecer las bases de la Unión Europea, el surgimiento de aquel nuevo bloque de naciones ricas y poderosas marcó un momento decisivo en el orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Tres décadas después, el proyecto se ha tornado amargo y el anhelo de unificar el continente a nivel financiero, económico, político y de defensa parece estar tambaleándose.
El Reino Unido, que durante mucho tiempo fue uno de los Estados más influyentes de Europa y una potencia global hasta el final de la Segunda Guerra Mundial– abandonó la Unión Europea hace cinco años tras el polémico referéndum del Brexit, sumiendo al bloque en la incertidumbre.
Sin embargo, lo peor aún no había llegado en ese momento.
La guerra entre Rusia y Ucrania más la agresiva política de “Estados Unidos primero” del presidente Donald Trump han dejado al descubierto las vulnerabilidades de la UE. Al punto que sus flancos quedaron expuestos ante Moscú con la ausencia de las férreas garantías de seguridad que proporcionaba Washington.
En este sentido, la reunión que Trump celebró en la Casa Blanca con varios líderes europeos, para abordar la guerra en Ucrania en agosto pasado, fue muy reveladora. Sus homólogos del otro lado del Atlántico “se agolparon alrededor del escritorio de Trump” como soldados dispuestos a recibir órdenes de su comandante estadounidense.
Y, hace casi dos semanas, Trump dio un paso más allá.
El pasado 5 de diciembre, la Casa Blanca publicó un documento de 33 páginas titulado “Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos”, en el que no hay palabras amables para Europa. En contraste, critica a los aliados de Washington por su “falta de confianza en sí mismos” en diversos ámbitos —desde el estatus militar hasta los estándares democráticos—, así como por haber perdido su identidad debido a una migración que conduciría a una “eliminación civilizacional”
Según el documento, Europa afronta muchos problemas que se derivan, en parte, de las propias políticas de la UE. Entre ellas, señala medidas que “socavan la libertad política y la soberanía, políticas migratorias que están transformando el continente y generando tensiones, censura de la libertad de expresión y represión de la oposición política, índices de natalidad en caída libre y una pérdida de identidades nacionales y de confianza en sí mismos”.
Analistas señalan que tanto el Brexit como la guerra en Ucrania y los recientes dardos lanzados por el Gobierno de Trump apuntan al creciente declive en la influencia internacional de Europa, y a su papel secundario en la nueva gran lucha de poder entre grandes potencias: Estados Unidos, Rusia y China.
“Desde una perspectiva estrictamente geopolítica y militar, se podría afirmar que Europa ha experimentado cierto declive en los últimos años, e incluso décadas”, explica Eugene Chausovsky, experto en defensa y director sénior de desarrollo analítico y formación en el New Lines Institute de Washington D.C.
Impactos negativos
Chausovsky evita describir a Europa categóricamente como “la perdedora” en esta disputa global, mencionando su estatus autónomo y a las complejas relaciones entre sus miembros. Sin embargo sí reconoce que el continente “ha sufrido sin duda impactos negativos de esta lucha de poder en muchos sentidos”.
Los “impactos negativos”, según el analista, se relacionan en mayor medida con las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia sobre la guerra en Ucrania, de las cuales Trump ha excluido casi por completo a los líderes europeos, incluido al propio presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy.
En una reciente llamada telefónica que se filtró, se escucha al mandatario de Francia, Emmanuel Macron, advirtiéndole a Zelenskyy que no confíe en Trump porque podría “traicionar a Ucrania”. Una hecho que demuestra el creciente déficit de confianza entre los liderazgos europeos y estadounidenses, así como la disminución de la influencia de la UE sobre Washington.
Pero la desconfianza entre Europa y Estados Unidos no se limita a la guerra en Ucrania.
Otro factor que explica el declive de la UE en los asuntos internacionales son las tensas negociaciones comerciales entre Washington y Beijing, que han dejado a los líderes europeos en una posición incómoda respecto a sus vínculos comerciales y tecnológicos con las dos mayores economías del planeta.
Un ejemplo de esto, apunta Chausovsky, fue que la UE se vio forzada a firmar con EE.UU. un acuerdo de aranceles poco favorable.
“Aun así, Europa también ha sabido aprovechar esta disputa en otros aspectos, como revitalizar su autonomía económica y su desarrollo militar”, añade. “El continente sigue teniendo un enorme poder económico y regulatorio de manera colectiva, y el bloque continúa siendo un actor importante en el escenario global, aunque de formas más matizadas que Estados Unidos, Rusia o China”.
De manera similar a Chausovsky, Muzaffer Senel, académico visitante del Departamento de Política de la Universidad de Binghamton, sostiene que considerar a Europa como clara perdedora en esta nueva competencia global de potencias resultaría “prematuro”.
A pesar de la lenta burocracia de Bruselas y del poder de veto de sus Estados miembros, la UE “busca nuevas vías para competir mejor con China, Estados Unidos y Rusia”, señala el analista, citando la iniciativa “Global Gateway” de 2021, que pretende reforzar la conectividad, las redes internacionales y las alianzas, promoviendo un desarrollo sostenible.
UE vs. soberanía nacional
Los expertos también subrayan que el proyecto de la UE –el cual impone ciertas limitaciones a la soberanía de los Estados miembros a través de regulaciones que abarcan desde medidas financieras hasta decisiones climáticas– ha llevado a algunos países a cuestionar la legitimidad del carácter supranacional del bloque. Esto ha nutrido la creciente influencia de movimientos nacionalistas y de extrema derecha.
A diferencia de Estados Unidos, que tiene un sistema federal consolidado, “la UE, un proyecto federativo, no es el gobierno de Europa”, afirma Sergei Markov, académico ruso y exasesor del presidente Vladimir Putin, en relación a la profunda paradoja entre la autoridad supranacional que reclama Bruselas y la falta de poder coercitivo real sobre los Estados.
No obstante, Markov sostiene que las élites europeas, plenamente conscientes de esa contradicción, buscan utilizar la guerra en Ucrania y el temor a una posible expansión del conflicto como ventaja para que los Estados miembros acepten la autoridad de instituciones supranacionales como la Comisión Europea.
Durante su discurso anual ante los eurodiputados en septiembre pasado, la presidenta de la comisión, Ursula von der Leyen, advirtió que “las líneas de batalla de un nuevo orden mundial, basado en el poder, se están trazando ahora mismo. Una nueva Europa debe surgir”, insistiendo en la necesidad de reforzar el poder del bloque.
Markov se refiere a lo que él llama “histeria antirrusa” y al impulso de las élites europeas por fortalecer las instituciones de la UE a expensas de la soberanía de los Estados individuales como posibles causas del declive de la democracia europea.
Para respaldar su afirmación, Markov cita la campaña de presión de Berlín contra el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania, y el arresto de la líder nacionalista francesa Marine Le Pen, quien obtuvo el segundo mayor número de votos en una encuesta de popularidad pública de 2023.
También señala las crecientes amenazas de Bruselas contra el liderazgo húngaro como ejemplos de las recientes medidas antidemocráticas de la UE.
¿Es Europa “menos importante” para el populista Trump?
Estados Unidos le ha proporcionado un paraguas de seguridad durante décadas a Europa a través de la OTAN, disuadiendo amenazas externas como Rusia, y ayudando a los líderes continentales a gestionar divisiones fundadas en raíces históricas.
Algunos de los principales analistas consideran que Estados Unidos busca poner fin rápidamente a la guerra en Ucrania mediante un acuerdo con Rusia para concentrarse en la amenaza de China, con el objetivo de reorientarse hacia el Pacífico. Como resultado, Washington ya no está dispuesto a desempeñar un papel de “pacificador” en Europa.
Según Markov, EE.UU. ahora prioriza su estrategia en el Pacífico sobre la protección de Europa, la cual ha perdido peso ante la mirada de los responsables de las políticas estadounidenses. Esto empuja a la UE hacia “una soledad geopolítica” y agudiza las diferencias internas entre las corrientes de izquierda y derecha sobre qué debe ser Europa y qué debe representar el bloque.
Chausovsky coincide: “Ese giro estratégico desempeña un papel crucial en las preocupaciones europeas, especialmente visible en la manera en que el Gobierno de Trump ha gestionado la crisis ucraniana, con métodos que ni para Europa ni para Ucrania son cómodos”.
Los líderes europeos están cada vez más nerviosos por la creciente retórica agresiva de Putin hacia Ucrania y la UE. El líder ruso ha sugerido recientemente que Moscú es capaz de tomar el control de toda la región del Donbás, en el este de Ucrania, lanzando una grave amenaza a los líderes europeos al afirmar que Rusia está “listo” para una guerra con ellos.
La postura desafiante del Kremlin hunde parte de sus raíces en las divisiones europeas, visibles tanto en la guerra en Ucrania como en la esfera postsoviética de Europa del Este. Países como Hungría o Eslovaquia, cuyas administraciones mantienen relaciones cordiales con Moscú, complican la respuesta continental.
Según Chausovsky, el conflicto en Ucrania, junto con la política comercial de Estados Unidos, ha puesto de manifiesto “las limitaciones de la dependencia estratégica europea de Estados Unidos”.
Aunque esta relación seguirá siendo indispensable incluso en un panorama global incierto, Europa necesita buscar “relaciones diversificadas que mantengan lazos económicos y de seguridad cruciales con Estados Unidos, al tiempo que desarrolla formas propias de aprovechar su poder económico y regulatorio”.














