7 de agosto de 2025: ese fue el día en que Israel mató a mi hermana menor Somaiya, a su esposo Anas y a sus dos hijas pequeñas, Hoor y Sham.
Somaiya era una madre cariñosa que dedicaba muchísimo tiempo a comprar la ropa de sus tres hijas, para asegurarse que fueran las más elegantes de la familia. Las cuatro estaban siempre juntas. Eran un equipo, y más que madre e hijas parecían amigas.
Solían pasear por la zona central de Al-Nuseirat para comprarse un helado o caminar por la playa. Anas las llevaba en el auto hasta la playa, y las niñas le pedían que acelerara para que su cabello volara al viento. Así recuerdo a las dos pequeñas cuando estuve en Gaza: siempre juntas, como gemelas. Jugaban mucho entre ellas y, a veces, eran traviesas y se delataban la una a la otra.
Mi sobrina Noor, de 14 años, fue la única que sobrevivió al bombardeo que mató a mi hermana en agosto de este año. Noor, una estudiante de secundaria que tuvo que madurar a ser una adulta joven en estos dos últimos años de genocidio, sobrevivió con fracturas en una mano y fragmentos de metralla en la otra. Noor era la mayor de las tres hermanas y a menudo asumía ciertas responsabilidades, ayudando a su madre a cuidar de Sham. Era una niña alegre y aventurera, igual que su madre. Siempre le encantaba ir a la playa y probar comidas nuevas.
El primer recuerdo que tengo de Noor es verla caminar junto a Hoor, como si fuera su sombra. La llevaba a la escuela y jugaban a las escondidas. Todavía no he podido procesar el shock de perder a mi hermana y a casi toda su familia. Porque cada día en Gaza es la eterna continuación de una pérdida que empezó incluso antes del 7 de octubre de 2023. No hemos tenido ni un momento para reflexionar sobre nuestro duelo: parece que el trauma nunca termina y el peso del dolor solo crece y crece día a día.
Describir al mundo cómo mi hermana y su familia fueron quemados y destrozados no es lo mismo que presenciarlo. Noor tuvo que ver arder a sus hermanas, incluida Hoor, su hermana menor y su mejor amiga. Las palabras no pueden transmitir el olor de la carne quemada ni la experiencia que atormentará a una adolescente de 14 años por el resto de su vida, si es que logra sobrevivir a este genocidio.
Mi familia extensa está cuidando a Noor ahora, mientras se recupera de su cirugía. Ella siempre repite que extraña a su familia y que la vida no significa nada para ella. Espera reunirse pronto con ellos.
Más de un mes después, el 27 de septiembre de 2025, otro ataque aéreo israelí contra la casa de mis padres mató a mi hermano menor Abood, a su esposa Sarah y a sus dos hijas, Huda y Zainab. También murieron mi hermana menor Ghalia, su esposo Yousef y sus dos hijas, Mariam y Zainab, así como mi cuñado, el doctor Khaled Aslan. Mi hermana mayor Mariam sobrevivió con heridas: una fractura en el brazo y lesiones en los ojos. Dos de sus hijos tuvieron heridas leves.
Pero mientras el número de víctimas sigue aumentando en Gaza, Estados Unidos y otros gobiernos del mundo siguen sin reconocer el sufrimiento del pueblo palestino, que se ha extendido ya por más de un siglo. ¿Acaso la vida de los palestinos vale menos que la de los israelíes?
La aniquilación en Gaza
Hoy, gran parte de Occidente sigue obsesionada con los ataques del 7 de octubre de 2023 en Israel, como si la historia hubiera comenzado ese día. Pero para mi familia y para millones de palestinos, hay muchas otras fechas con un significado profundo, como el 2 de noviembre de 1917, cuando se firmó la Declaración Balfour, que encarnó el apoyo británico a la creación de un estado judío en la Palestina histórica. Para los palestinos, esa fecha cambió nuestras vidas para siempre, y acabó culminando en la destrucción de más de 530 pueblos y aldeas palestinas, incluido el de mi familia.
En medio de la devastación que sufre Gaza, me pregunto por qué una fecha en particular debería ser tan importante. Pero la verdad es que he perdido a mi hermana para siempre. Somaya era un año menor que yo, crecimos juntos jugando en la calle y viviendo pequeñas aventuras en el campo de refugiados, como cuando encendíamos las luces y faroles del Ramadán, una tradición espiritual que nos llenaba de ilusión.
A estas alturas, incluso escribirle al mundo con la esperanza de que ayude a lograr un cambio real se siente abrumador, emocional y mentalmente. El cambio, en el caso de Gaza, hoy significa libertad. Porque espero que no haya un genocidio 2.0 allí, que el mundo finalmente vea a los palestinos como seres humanos iguales y obligue a Israel a concederles su libertad.
Todos los días me despierto y Gaza se siente como una pesadilla interminable en mi cabeza, mientras leo otra larga lista de nombres de personas que conocí y que fueron asesinadas la noche anterior.
Un funeral interminable y un cementerio que no deja de crecer
Hoy, Gaza se siente como un funeral interminable, masivo, con un cementerio que se extiende desde la frontera norte hasta la frontera sur. El 70% de los palestinos en Gaza son refugiados que nunca han aceptado las fronteras coloniales impuestas para aislarlos y controlar sus vidas. Siempre se han referido a las fronteras establecidas en 1948 con la creación de Israel simplemente como “la valla.”
Ahora, mediante bombardeos, hambruna forzada y desplazamiento, el gobierno israelí continúa con su intento de limpieza étnica del pueblo palestino. Los gazatíes como yo, que vivimos en el extranjero, rara vez podemos descansar. Nos despertamos cada día preguntándonos si nuestros familiares que aún siguen con vida se han convertido en las siguientes víctimas del genocidio israelí, o revisamos las noticias varias veces por la noche esperando no leer sobre el asesinato de nuestras familias y seres queridos.
Hace unos días, leí sobre la muerte de Ibrahim Al-Ghafari, un chico con quien fui a la escuela en Gaza. Lo mataron mientras esperaba recibir ayuda de la cuestionada Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés) cerca del Corredor de Netzarim.
El 27 de agosto me desperté con la noticia de que un bombardeo israelí sobre una tienda en Jan Yunis había matado a Muhammad Abujarad, el hermano de mi amigo Mamoun. La esposa de Muhammad y sus dos hijos también murieron. La familia se refugiaba en una tienda de campaña, con la esperanza de escapar de las bombas israelíes, pero en su lugar fueron asesinados dentro de ella, como al menos otros 80.000 palestinos en Gaza.
Llamé a mi amigo Mamoun para darle el pésame. Durante nuestra conversación, él se enteró del asesinato de mi hermana y su familia, ocurrido 20 días antes. Me pidió disculpas por no haberme contactado antes. Esa llamada telefónica se sintió como otro funeral interminable. No solo nos sentimos impotentes al perder a nuestros seres queridos, también lloramos la pérdida de una ciudad que, para nosotros, es como parte de la familia.
La familia de Mamoun es como la mía, y la mía como la suya. Somos la familia de Gaza, sometida a un horror insoportable, testigos impotentes mientras esta familia se reduce en número, y la maquinaria de guerra israelí convierte nuestros hogares, nuestros árboles y nuestras calles en escombros.
La belleza perdida de Gaza
Para los palestinos como yo, Gaza no es solo una ciudad. Es el lugar donde crecimos, creamos recuerdos y forjamos amistades para toda la vida. Son las escuelas a las que asistimos, los hospitales que visitamos, los centros comunitarios que nos unieron, las reuniones en la playa y los clubes de lectura que nos permitieron viajar por el mundo a través de las páginas de los libros. Gaza cuenta con una de las playas doradas más hermosas del Mediterráneo, donde amigos y familias pasaban los veranos comiendo helado derretido y jugando al fútbol bajo el sol ardiente.
Pero en los últimos dos años, el mar se ha convertido en un lugar donde la gente apenas intenta bañarse o refrescarse del calor abrasador, y la playa se ha transformado en un cementerio. No existen palabras suficientes para describir la destrucción de nuestra ciudad natal, una ciudad invaluable que fue hogar de nuestras familias, amigos y memorias.
Mientras este funeral masivo continúa, el hambre en Gaza se agrava. Ya se ha declarado oficialmente la hambruna. Nada de lo que se está haciendo en este momento logrará detenerla. La maquinaria de hasbará (propaganda) israelí afirma que envían más que suficiente para alimentar a los gazatíes, y que nadie está muriendo de hambre. Pero al 18 de septiembre, al menos 435 palestinos han muerto por inanición en Gaza, incluidos 147 niños.
No crean las afirmaciones del gobierno israelí de que los lanzamientos aéreos de ayuda humanitaria acabarán con el hambre en Gaza. Estos lanzamientos cuestan cientos de veces más que enviar un camión con ayuda y, en muchos casos, matan a palestinos: destruyen sus refugios improvisados y aumentan su humillación.
Tampoco crean en los informes sobre envíos de pollo a Gaza. Solo una cantidad mínima ha llegado en los últimos días, gran parte en mal estado, y ya nadie puede permitirse el lujo de comprarlo: un kilo de pollo cuesta hoy 140 NIS (41 dólares) en Gaza.
No crean que están entrando suficientes camiones con ayuda. Solo unas pocas decenas de camiones comerciales ingresan diariamente, cuando Gaza necesita al menos 600 camiones de ayuda al día. En medio de esta escasez extrema, los alimentos y otros productos se venden a precios exorbitantes, la harina, por ejemplo, cuesta hoy 10 veces más que antes del genocidio.
Esta ayuda a cuentagotas y las declaraciones políticas no acabarán con la hambruna ni la miseria que enfrentan los palestinos mientras el gobierno israelí avanza con su ocupación militar en la Ciudad de Gaza. Esta realidad brutal ha obligado a los palestinos a decidir entre ser desplazados una vez más o quedarse y arriesgar aún más sus vidas.
El Gobierno de Israel incluso ha publicado un mapa señalando las “amplias zonas vacías” en el sur de Gaza para alentar a los palestinos a trasladarse allí, a pesar de que el área ya está sobrepoblada con alrededor de un millón de personas, muchas de las cuales no pueden costear los 3.000 a 4.000 dólares necesarios para alquilar un coche, un burro o comprar una tienda para desplazarse.
Continúan los ataques y asesinatos contra los palestinos
Los ataques israelíes en Gaza han dejado más de 65.000 palestinos muertos, una cifra que crece día a día. El 26 de agosto, el gobierno israelí mató a 20 palestinos, incluidos cinco periodistas palestinos, en el Complejo Médico Nasser, en lo que luego calificaron como “un trágico error”. Pero asesinatos como este han ocurrido miles de veces en Gaza. La única diferencia esta vez fue que había cámaras para documentarlo.
Los periodistas, paramédicos y pacientes asesinados en el hospital también son nuestra familia. No son menos que Somayia, Anas, Hoor y Sham, quienes fueron asesinados mientras dormían, justo en el momento en que finalmente se sintieron seguros de las bombas israelíes que caían sin cesar. Cada persona asesinada en Gaza es parte de mi familia, cada casa destruida en Gaza es mi hogar, y cada árbol arrancado en Gaza lleva el aliento de mi tierra.
Gaza sigue siendo lo que se ha convertido: un funeral masivo e interminable. ¿Cuándo verá el mundo una imagen que sea el punto de inflexión para poner fin a esto? ¿Acaso llegará ese momento? Espero que no sea la imagen de un niño, porque los ataúdes pequeños son los que más pesan.