Opinión
GENOCIDIO EN GAZA
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Edward Said, la voz sobre la deshumanización de Palestina que sigue resonando a 22 años su muerte
Este 25 de septiembre se cumplen 22 años de la muerte de Edward Said, el intelectual palestino que denunció la narrativa orientalista que deshumaniza y legitima la violencia e impunidad contra su pueblo. Gaza es hoy su escenario más brutal.
Edward Said, la voz sobre la deshumanización de Palestina que sigue resonando a 22 años su muerte
Edward Said, académico, crítico literario y activista político palestino-estadounidense, Mantua, 19 de septiembre / Getty Images
hace 5 horas

“La red de racismo, estereotipos culturales, imperialismo político e ideología deshumanizada que se cierne sobre el árabe o el musulmán es realmente sólida, y todo palestino ha llegado a sentirla como un castigo reservado por el destino”, escribió el intelectual palestino Edward Said, una de las voces más destacadas en los estudios poscoloniales, en su libro “Orientalismo” que publicó a finales de la década de 1970. En esa obra, Said ofreció una crítica sobre la construcción del Oriente como exótico, monolítico y “otro” que creó Occidente para mantener su dominio cultural y político.

Este 25 de septiembre se cumplen 22 años de su  muerte y, frente al genocidio que sufre Gaza a manos de Israel, su legado crítico del colonialismo y del imperialismo se mantiene vigente para entender la deshumanización sistemática del pueblo palestino. Una lógica que quedó expuesta el 9 de octubre de 2023, cuando el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, los llamó “animales humanos”. Cuatro décadas antes, en 1983, el general Rafael Eitan los había descrito como “cucarachas drogadas”, tal como denunció Said en “Permission to narrate”. 

La herida abierta de vivir la Nakba

Nacido en Jerusalén en 1935, bajo el mandato británico, Said vivió la brutalidad de la limpieza étnica con apenas 12 años. A esa edad sobrevivió a la Nakba –“catástrofe” en árabe– que desplazó por la fuerza a más de 700.000 palestinos durante la creación del estado de Israel en 1948. Esta experiencia marcó profundamente su vida y nutrió su crítica del orientalismo: la denuncia de una narrativa que deshumaniza y convierte a los pueblos no occidentales en sujetos a dominar. 

“Estábamos allí. Es indecente y humillante tener que decir que existimos”, rememora Said en el documental “Exiles: Edward Said”.  “Había un pueblo palestino antes de 1948, que era árabe y que formaba una sociedad (...) que fue abrupta y dramáticamente destrozada, desmantelada, destruida por los sionistas”. 

Como otros palestinos en la diáspora, el exilio siempre lo acompañó: tanto como una herida como una fuente de fortaleza. De “aprender a conformarse en circunstancias de precaria inestabilidad”, el palestino expresó que “el intelectual exílico no responde a la lógica de lo convencional, sino a la invitación a ponerse en movimiento y no a quedarse parado”, escribió en “Representaciones del intelectual” (1996).

Ese desarraigo marcaría el resto de su vida, incluso tras establecerse en Occidente. Expulsado de su tierra natal, pasó un tiempo en Egipto antes de radicarse en Estados Unidos. Se formó en universidades prestigiosas y fue profesor en Columbia, pero nunca usó la academia como refugio, sino como herramienta de resistencia para “actuar como alguien a quien ni los gobiernos ni otras instituciones pueden domesticar fácilmente”, y defender los principios universales de libertad y justicia.

Orientalismo, o cómo Occidente inventó a un “otro” oriental

De esta experiencia nació “Orientalismo” (1978), su obra clave, donde expuso cómo la cultura y la política se entrelazan para sostener el dominio occidental. Lo vivió en carne propia: “La vida de un palestino árabe en Occidente es descorazonadora. Existe un consenso casi unánime de que políticamente no existe, y si se le permite existir es como un estorbo o como un oriental”. También este fenómeno forma parte del discurso que aún persiste y que borra la realidad hasta el día de hoy, donde Gaza suele presentarse como tragedia o crisis humanitaria, rara vez como la causa política de un pueblo.

Con el paso del tiempo, Said mostró que la literatura, la cultura y el saber académico occidentales no describían a Oriente, sino que lo imaginaban como un “otro” estereotipado, útil para justificar la dominación y reafirmar la superioridad propia. Esta lógica no quedó en el pasado, como mostró Josep Borrell, ex alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, al describir a Europa como un “jardín” y al resto del mundo como una “jungla” que podría invadirlo. Una controversial metáfora que reproduce la misma visión colonial de superioridad y que, en el caso palestino, legitima la impunidad de Israel, concebido como un bastión occidental. 

Said también advirtió que “la televisión, el cine y los medios han traído consigo el reforzamiento de los estereotipos a través de los cuales se observa Oriente”. No en vano, el sionismo ha invertido millones de dólares en la hasbará, su maquinaria oficial de propaganda destinada a difundir narrativas favorables a Israel y a deslegitimar la causa palestina. 

Desde esta lógica, se niega a los árabes –y a los pueblos de Oriente en general– la capacidad de decidir políticamente, presentándolos como movidos solo por religión o cultura. El orientalismo convierte a Oriente en un lugar congelado en el tiempo, atado a una tradición fija, frente a un Occidente capaz de transformarse, innovar y presentarse como plural y diverso. 

De ahí la ironía de Said: “La historia, la política y la economía no importan. El islam es el islam, Oriente es Oriente, y por favor remita todas sus ideas sobre la izquierda o la derecha, las revoluciones y los cambios a Disneylandia”. Así, ilustraba, incluso cuando los palestinos se oponen a la ocupación, su lucha no se reconoce como política de resistencia, sino como un supuesto “retorno al islam”.

En “La cuestión palestina (1979), Said denunció que el sionismo se apoyó en una mirada occidental que ya consideraba al pueblo árabe nativo como irrelevante. “Israel es un tema sobre el cual, en general, uno puede sentirse positivo con menos reservas que al pensar en los árabes, que después de todo son orientales, extraños y hostiles", escribió. Esa mirada, añadía, ha “producido una visión que favorece casi totalmente al vencedor y apenas toma en cuenta a la víctima”. El sionismo asumió esa lógica desde el inicio. Theodor Herzl, considerado el padre del movimiento, expresó en 1896: “Para Europa, conformaremos un muro contra Asia, así como un puesto de avanzada de la civilización contra la barbarie”. 

Los hechos son claros, pero la narrativa legitima la impunidad israelí

En “Permission to narrate” (1984), Said denunció una paradoja: abundaban imágenes e informes sobre los palestinos, pero estaba ausente una narrativa que diera cuenta de su experiencia histórica de despojo y de su derecho político a existir. Esa paradoja se mantiene hoy, donde los hechos abundan pero las voces palestinas siguen marginadas.

El artículo se publicó dos años después de la invasión israelí a gran escala en Líbano, en 1982. La operación buscaba expulsar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Beirut e incluyó las masacres “de brutalidad sin precedentes” en Sabra y Shatila, dos campamentos de refugiados palestinos en el sur de Beirut. Durante los dos meses de ofensiva, murieron al menos 20.000 personas. Said destacó las conclusiones de la comisión internacional MacBride, que responsabilizó a Israel por graves violaciones del derecho internacional. Ninguna de estas denuncias tuvo consecuencias.

Ni las masacres documentadas ni las resoluciones de la ONU que reconocen al pueblo palestino y su derecho a resistir cambiaron la narrativa dominante. Said denunciaba los mismos clichés repetidos una y otra vez: “Los palestinos son terroristas, Israel quiere paz y seguridad y es una democracia”. Ante esto, planteó una pregunta aún vigente: “¿Cómo es posible que se sigan manteniendo los presupuestos sobre los que se basa el apoyo occidental a Israel, aunque la realidad, los hechos, no puedan en absoluto sostenerlos?”.

La obligación moral de desarmar la narrativa del poder

Gaza cumplió 16 años de brutal bloqueo el 7 de octubre de 2023. Muchos medios comenzaron su cobertura con la incursión de Hamás, presentando a Israel como defensor. Actualmente, las cifras oficiales reconocen  más de 65.400 muertos en Gaza, aunque recientes informes calculan que el número real podría superar las 680.000 víctimas.

Ante este panorama, la periodista Farida Zerán subrayó la necesidad de nombrar genocidio, colonización o limpieza étnica, advirtiendo que “la cadena de complicidades involucra no solo el silencio, sino también el lenguaje”.  Al igual que Said, Zerán insiste en que el lenguaje puede normalizar la violencia y borrar a las víctimas; ambas voces denuncian el poder discursivo que legitima lo inaceptable. Aunque en redes sociales la narrativa palestina logra abrirse paso pese a la censura, Zerán sostiene que los medios tradicionales siguen evitando ese vocabulario. Y, con ello, omiten la dimensión histórica del proyecto sionista y su impacto en la vida de los palestinos. 

Desde Gaza, jóvenes arriesgan su vida por levantar las voces palestinas. En sus imágenes, en color y movimiento, reviven lo que Edward Said vivió hace ya 77 años y que no cesa desde entonces. 

Desde fuera, la obligación moral no es solo mirar esas imágenes, sino desarmar las narrativas de quienes perpetran el genocidio y pretenden dar sentido a su violencia, como expresó Ariella Aisha Azoulay, escritora, cineasta y académica. En esa línea, Said decía que “los hechos, por sí solos, no dicen nada, necesitan de una narrativa socialmente aceptada que los sostenga”. Cuatro décadas después, su advertencia sigue vigente.


FUENTE:TRT Español y agencias
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