GENOCIDIO EN GAZA
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¿Podrá una coalición regional convertir el alto el fuego en Gaza en una paz duradera?
El frágil alto el fuego en Gaza brinda un raro respiro. Su éxito depende de una coalición árabe y musulmana que busca frenar la violencia, garantizar ayuda y abrir un horizonte político.
¿Podrá una coalición regional convertir el alto el fuego en Gaza en una paz duradera?
Palestinos en Jan Yunis celebran la noticia del alto el fuego / AA
hace 6 horas

Nosotros, los palestinos tenemos una esperanza cautelosa. En Gaza, las familias describen una extraña mezcla de alivio y desasosiego: la alegría de saber que las bombas han cesado, el miedo de que todo vuelva a empezar en cualquier instante, y el duelo por lo que ya no está.

Para muchos, incluso la palabra “alto el fuego” suena ajena, casi olvidada, tras un año de bombardeos implacables. Y sin embargo, este momento —tan frágil como el cristal— encierra la posibilidad de transformarse en algo más duradero, si la arquitectura regional que comienza a erigirse en torno a él logra echar raíces.

El nuevo acuerdo de alto el fuego traza un plan por etapas: el cese de las hostilidades, la retirada gradual de las tropas israelíes y un intercambio recíproco de rehenes y prisioneros.

Hamás mantiene aún a 48 rehenes —entre ellos israelíes y ciudadanos extranjeros, así como los cuerpos de quienes han muerto—, mientras que Israel continúa deteniendo a casi 11.000 palestinos. Este profundo desequilibrio sigue siendo uno de los mayores obstáculos para alcanzar un acuerdo que perdure.

Pero la verdadera trascendencia no reside solo en los términos del pacto, sino en quiénes ocupan la mesa de negociación. A diferencia de treguas anteriores, esta se está moldeando y garantizando gracias a una coalición más amplia de actores regionales —Turquía, Egipto y Qatar—, con el respaldo diplomático de Arabia Saudí, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos. Ese carácter multilateral podría marcar la diferencia entre una simple pausa en el horror y el nacimiento, por fin, de un marco sostenible para la paz.

Oriente Medio toma la iniciativa

En los altos el fuego del pasado, la mediación solía girar en torno a Washington o limitarse a una gestión humanitaria de corto alcance. Esta vez, sin embargo, es Oriente Medio quien ha tomado el volante.

El papel de Türkiye ha sido especialmente significativo. Los diplomáticos de Ankara participaron directamente en las conversaciones celebradas en Sharm el-Sheij, y el presidente Erdoğan se ha comprometido públicamente a “supervisar de cerca” la aplicación del acuerdo. No es un gesto simbólico: Türkiye se ha posicionado como garante, con la voluntad política y la credibilidad regional necesarias para exigir el cumplimiento de los compromisos.

La influencia de Egipto sigue siendo indispensable. Controla el paso de Rafah —la principal salida de Gaza hacia Egipto—, actúa como interlocutor clave en materia de seguridad con Israel y cuenta con décadas de experiencia mediando en los complejos mecanismos de los altos el fuego.

Qatar, por su parte, continúa siendo el puente esencial con Hamás: mantiene abiertos los canales políticos, aporta financiación humanitaria y ofrece la pericia técnica necesaria para que el acuerdo se materialice sobre el terreno. Juntos, estos tres países conforman una columna vertebral regional capaz de traducir los términos escritos en una aplicación tangible.

Pero el círculo diplomático se amplía. Arabia Saudí ha sido clara al vincular el alto el fuego con la necesidad de un horizonte político creíble —en concreto, el reconocimiento de un Estado palestino basado en las fronteras de 1967, una demanda histórica del derecho internacional y de las resoluciones de la ONU—.

Los Emiratos Árabes Unidos han manifestado su disposición a apoyar la reconstrucción mediante corredores marítimos y proyectos de infraestructura dentro de Gaza. Jordania, por su parte, se ha comprometido a intensificar la entrega de ayuda humanitaria en cuanto se alivien las restricciones de acceso, aprovechando su experiencia logística en operaciones de socorro anteriores.

Este compromiso colectivo dibuja una nueva geometría política, en la que la región ya no solo responde a los marcos occidentales, sino que empieza a diseñar los suyos propios.

Condiciones críticas


Que este acuerdo se mantenga dependerá de varias condiciones fundamentales. La primera es la verificación. Los altos el fuego fracasan cuando los términos son ambiguos y las violaciones quedan sin registro. Esta vez, los parámetros deben ser públicos, con plazos definidos y verificados de forma independiente: mapas claros de retirada, listas precisas de rehenes y prisioneros, e informes transparentes de incidentes.

La intención de Türkiye de “supervisar una aplicación estricta” debería materializarse en un mecanismo conjunto de verificación con Egipto, Qatar y participación de Naciones Unidas, un órgano con capacidad para emitir actualizaciones semanales y frenar las violaciones antes de que escalen.

La segunda condición es la rapidez. En un plazo máximo de 72 horas, la ayuda debe llegar en cantidades que marquen una diferencia tangible. La población de Gaza no puede esperar meses para recibir combustible, medicinas y alimentos. La ruta marítima de los Emiratos Árabes Unidos, la coordinación fronteriza de Egipto y la logística aérea de Jordania deben activarse de forma sincronizada, con el respaldo de las agencias internacionales.

Un éxito temprano en este punto podría devolver cierta fe a los palestinos, que han aprendido —con dolor— a no creer en las promesas.

La tercera condición es la gobernanza y la reconstrucción. Gaza no puede ser reconstruida solo para volver a ser destruida. Un “Fondo de Recuperación de Gaza” —financiado por contribuciones regionales y supervisado mediante procesos transparentes y participación comunitaria— podría garantizar que las instituciones de ayuda de confianza se fortalezcan.

Este enfoque también devolvería a los palestinos un grado de autonomía sobre su propia recuperación, algo que se les ha negado sistemáticamente.

La cuarta condición es política. Los altos el fuego sin reconocimiento son callejones sin salida. Tal como han subrayado Arabia Saudí y Jordania, esta tregua debe vincularse a un proceso político concreto que reconozca la existencia del Estado palestino y desmantele la arquitectura del asedio y la ocupación: puestos de control, bloqueos y restricciones a la libertad de movimiento.

Sin ese horizonte, incluso la operación humanitaria más eficaz solo servirá para aplazar la próxima catástrofe.

Por último, debe existir rendición de cuentas. Todos los altos el fuego anteriores se derrumbaron porque las violaciones no tuvieron consecuencias. Los garantes deberían comprometerse de antemano a aplicar medidas en caso de incumplimiento —ya sea mediante atribuciones públicas de responsabilidad, suspensión de cooperación o condicionamiento de los fondos para la reconstrucción—. Solo cuando la impunidad termine podrá comenzar a construirse la confianza.

Esta coalición regional —diversa, decidida y cada vez más segura de sí misma— tiene la oportunidad de redefinir la diplomacia en torno a Gaza.

El papel de Türkiye es especialmente decisivo: un puente entre Oriente y Occidente, que combina autoridad moral con pragmatismo político. Si Ankara, El Cairo y Doha logran coordinarse de manera efectiva, respaldados por la financiación del Golfo y el apoyo logístico de Jordania, podrían alcanzar algo sin precedentes: un marco de aplicación liderado por países árabes y musulmanes, capaz de devolver la dignidad al pueblo palestino y el protagonismo regional al proceso de paz.

En las próximas semanas, el mundo observará en busca de señales que vayan más allá del gesto ceremonial: ¿se retirarán las fuerzas israelíes según el calendario previsto? ¿Serán liberados los prisioneros y rehenes de buena fe? ¿Llegarán los convoyes de ayuda al norte de Gaza? Y, sobre todo, ¿seguirán pasos políticos concretos —el levantamiento de las restricciones de movimiento o incluso los primeros gestos hacia un reconocimiento formal—?

Sería ingenuo llamar a esto un avance decisivo. Pero también sería cínico descartarlo.

Este alto el fuego es, a la vez, una prueba y una oportunidad: una prueba de si la región puede mantener la unidad frente a la intransigencia israelí, y una oportunidad para transformar una pausa frágil en los andamios de la paz.

Para las familias de Gaza —incluida la mía—, el cálculo es brutalmente simple. La esperanza se ha convertido en una forma de resistencia. Pero la esperanza también necesita estructura: plazos, garantes y rendición de cuentas.

Si esta coalición regional logra ofrecer todo eso, tal vez esta vez sea diferente. Tal vez los fusiles permanezcan en silencio el tiempo suficiente para que, por fin, se escuche el sonido de la reconstrucción.


FUENTE:TRT Español y agencias
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