"Nos hemos convertido en esqueletos": la agonía y lucha de un padre palestino ante el hambre en Gaza
GENOCIDIO EN GAZA
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"Nos hemos convertido en esqueletos": la agonía y lucha de un padre palestino ante el hambre en GazaEn Gaza, la hambruna no se limita a la falta de comida: es una muerte lenta. La familia AlRaee muestra cómo el asedio israelí obliga a los palestinos a luchar cada día por comida, agua y, al final, a poder sobrevivir.
“Teníamos nuestro hogar, nuestra tienda, y una familia llena de risas. Nunca imaginé que mis hijos algún día llorarían de hambre”. / AA
hace 11 horas

Gaza, Palestina — “En Gaza, la hambruna duele tanto en el cuerpo como en el alma. Como padre, se me parte el corazón al ver a mis hijos llorar de hambre”, cuenta Khalid Alraee, un palestino de 50 años con cuatro hijos. “A veces, desearía que la muerte me hubiera llevado antes de tener que presenciar su sufrimiento y ver sus caritas pálidas”, remata. 

Antes del genocidio, Khalid vivía en el barrio de Al-Zaytoun, en la Ciudad de Gaza, y mantenía a su familia —dos hijas y dos hijos— trabajando como sastre y dueño de una tienda de ropa cerca de su casa.

Con manos firmes y largas jornadas de trabajo —muchas veces acompañado por su hijo mayor, Mahmoud, de 21 años— Khalid confeccionaba o arreglaba ropa tradicional, y ofrecía prendas a la comunidad en ocasiones especiales como el Eid, el Ramadán, bodas o el inicio del año escolar. 

A pesar del bloqueo de mercancías impuesto a Gaza desde 2007, lograba ganar un ingreso modesto de unos 20 dólares diarios en las épocas más atareadas.

Una vida borrada

En casa, él y su esposa lograron criar a sus hijos en lo que recuerda como un ambiente familiar feliz. Pero, como los más de dos millones de palestinos, tras dos años del genocidio que ha perpetrado Israel en Gaza, ahora se encuentra impotente ante la hambruna que han impuesto las fuerzas israelíes.

“Teníamos nuestro hogar, nuestra tienda, y una familia llena de risas”, recuerda Khalid en conversación con TRT Español. “Nunca imaginé que mis hijos algún día llorarían de hambre”.

Poco después del 7 de octubre, cuando Israel inició su ofensiva genocida sobre Gaza, aquella vida fue destruida.

Los bombardeos aéreos arrasaron con la casa de Khalid y redujeron su tienda a escombros, borrando en apenas segundos la vida que había construido con esfuerzo durante décadas.

Hoy, su familia vive en una carpa improvisada, levantada cerca de un canal de aguas residuales al aire libre. No hay agua, ni electricidad, ni acceso a lo más básico: alimentos, refugio contra el calor o el frío, instalaciones para ducharse, mientras que el baño es apenas un hueco en el suelo.

La catástrofe que enfrentan la familia Alraee y otros palestinos se agravó a comienzos de 2024, cuando la hambruna se extendió por Gaza después de que Israel endureciera aún más el bloqueo, cortando el suministro de alimentos, agua potable y combustible.

Hacia mediados de año, organizaciones internacionales advirtieron que las condiciones de hambruna ya afectaban a los palestinos. Para Khalid y su familia, esas advertencias se convirtieron en una realidad diaria: platos vacíos, noches sin dormir y la angustia de ver a sus hijos sufrir sin poder consolarlos.

Una vida reducida a la supervivencia

“Nos despertamos cada mañana con el estómago vacío, tomamos nuestros recipientes y salimos a buscar agua”, explica Khalid. “Algo tan simple como el agua potable, que debería ser un derecho de todo ser humano, ahora nos cuesta tres o cuatro horas de espera en filas interminables”.

A menudo, él y sus hijos regresan exhaustos, cargando solo unos pocos litros: apenas lo suficiente para beber, pero muy poco para cocinar o limpiar. En su lucha por sobrevivir en medio de la grave escasez que ha provocado el estricto bloqueo israelí y la suspensión total de la ayuda, familias palestinas los AlRaee dicen que las han reducido a un estado de profundo sufrimiento.

En medio de tanta adversidad, todos los días comienza la agonía de encontrar comida. Con las tierras agrícolas de Gaza destruidas y la ayuda bloqueada, la familia dice que su única esperanza son las pocas cocinas comunitarias que todavía funcionan, pese a la grave escasez, donde nada está garantizado.

“Algunos días volvemos con un cuenco de sopa de lentejas aguada. Otros días no hay nada”, explica el padre, reflexionando sobre la dura realidad de intentar proteger a su familia. “Ver a mis hijos irse a dormir con hambre me rompe más que cualquier otra cosa”.

Aun así, entre las familias palestinas persiste una fuerte solidaridad y resiliencia, cuenta Khalid. Mahmoud, su hijo mayor, ha asumido gran parte de la carga. Cada día camina largas distancias –a menudo ocho kilómetros– por un camino polvoriento y arrasado, donde las aguas residuales se desbordan y los escombros de edificios destruidos ensucian su ropa, para ayudar a sus hermanos menores y a sus padres a buscar puntos de distribución de las cocinas comunitarias.

“Camino durante horas con mi cuenco en la mano, esperando encontrar comida antes de que se acabe”, dice sobre estos largos recorridos que exigen una enorme paciencia. “Pero incluso cuando espero cinco horas en la fila bajo el sol abrasador, a veces regreso con las manos vacías. Enfrentar a mi familia así es insoportable”, manifiesta. 

Cuando Mahmoud logra traer comida a casa, las pequeñas raciones —en su mayoría sopa de lentejas aguada llamada damsah— son tan escasas que él y su padre suelen verse obligados a quedarse sin comer, haciendo sacrificios necesarios.

“Mezclamos sal con agua y la bebemos solo para sobrevivir hasta el día siguiente e intentar encontrar comida para la familia”, admite Mahmoud. “La prioridad siempre son los niños”.

Intentar sobrevivir a la hambruna les ha arrebatado la alegría, explica Khalid. Amer, de 14 años, su hijo menor, suele suplicar a sus padres por pan, considerado hoy un lujo en Gaza después de que Israel atacara varias panaderías y mantuviera el bloqueo.

“Me siento impotente y abrumado cuando mi hijo me pide pan y no tengo nada para darle”, reflexiona el padre palestino.

Durante la elaboración de esta crónica, cerca de su carpa y junto a un pozo de aguas residuales —en un área sombría y abarrotada de palestinos desplazados— la familia vivió un pequeño momento de esperanza: Amer, de 14 años, recibió un pequeño trozo de pan de un vecino, lo que pareció levantarle el ánimo.

Pero para otros, como Mahmoud, este sufrimiento pesa más que su propia hambre.

“Llevo meses pasando hambre, pero lo que más me duele es saber que mis hermanos también tienen hambre y dependen de mí”, dice, subrayando su responsabilidad como hermano. “Arriesgaría cualquier cosa, incluso mi vida, solo por traerles algo de comer”. 

Una trampa mortal de hambre y balas



Tras meses de restricciones extremas, un nuevo sistema de distribución de ayuda controlado por Israel —y en colaboración con Estados Unidos— comenzó a operar a finales de mayo de 2024. Presentado como un esfuerzo humanitario, el programa fue rápidamente objeto de duras críticas, con detractores que lo calificaron como “una masacre disfrazada de ayuda humanitaria”.

Los centros de ayuda fueron ubicados en zonas controladas por Israel en el centro y sur de Gaza, excluyendo deliberadamente el norte del enclave. Expertos de Naciones Unidas pidieron el desmantelamiento inmediato de la llamada Fundación Humanitaria de Gaza.

Mahmoud desconfiaba, pero la expresión de hambre en los rostros de su familia lo obligó a intentarlo. A pesar del peligro, él y sus primos emprendieron un viaje de más de 10 kilómetros hasta el punto de distribución más cercano, a lo largo de lo que él describió como “una carretera del infierno”, vigilada por tanques, francotiradores y drones que disparaban contra multitudes víctimas del hambre.

Describió la escena como una mezcla de terror y humillación. Miles de personas con hambre, entre ellas mujeres y niños, corrían en pánico mientras las balas silbaban sobre sus cabezas.

“El sonido de una bala pasando justo al lado de tu oído”, recuerda Mahmoud, “es el sonido de la muerte”.

En medio del caos, se separó de sus primos. Horas más tarde supo la verdad más cruel: Ayman había sido asesinado, y otro de sus primos resultó herido.

“Salimos juntos con la esperanza de regresar cargando cajas de comida”, dice Mahmoud. “Pero volvimos cargando el cuerpo de mi primo”.

Mientras huía de los tanques y drones que disparaban balas, Mahmoud cayó al suelo en medio del caos. Sufrió un rasguño en el ojo y moretones alrededor, lo que afectó parcialmente su visión, un recordatorio permanente del horror de aquel día.

Desde el 27 de mayo de 2025, al menos 2.610 palestinos han sido asesinados por Israel y 19.143 han resultado heridos mientras intentaban acceder a la ayuda humanitaria.

La muerte silenciosa del hambre



La hambruna impuesta sobre Gaza no solo les ha robado el alimento y la alegría a familias palestinas como la de los AlRaee; también ha llevado al sistema de salud al “colapso total”. El 23 de septiembre, el Ministerio de Salud alertó sobre la necesidad urgente de combustible en medio de medidas extremas de racionamiento eléctrico. “En cuestión de días, los departamentos médicos esenciales podrían dejar de funcionar, dejando a los pacientes y heridos frente a una muerte segura”, advirtió.

En las calles, el impacto continuo de los ataques israelíes se refleja en los rostros de los niños de Gaza: ojos hundidos, piel pálida y llantos que se apagan en el silencio. En los puntos de distribución de ayuda, hombres se desploman en las filas, sus cuerpos demacrados demasiado débiles para soportar el peso de la supervivencia.

Para Khalid, la hambruna se siente como una “muerte lenta”. Ya afectado por problemas de salud, su diabetes e hipertensión solían mantenerse bajo control con medicación y una dieta adecuada, pero sin acceso a ninguno de los dos, su estado ha empeorado gravemente.“El hambre me está matando pedazo a pedazo”, admite.

Tras varios desmayos, Mahmoud ha tenido que cargar a su padre hasta los hospitales en busca de sueros intravenosos, cada vez más escasos. Khalid, que antes pesaba más de 90 kilos, hoy apenas llega a 45. “Nos hemos convertido en esqueletos”, dice.

Umm Mahmoud, su esposa, dice que la atormenta ver a sus hijos acostados, débiles e inmóviles, mientras el pueblo palestino siente cómo la muerte toca la puerta lentamente, día tras día. “Sus cuerpos ya no pueden combatir ni la enfermedad más leve”, cuenta a TRT Español, describiendo sarpullidos, anemia, mareos, fatiga y fiebres que se propagan rápidamente dentro de la tienda.

Ahora Umm reflexiona sobre la gravedad de la situación de su hija Amal, una joven madre que espera otro hijo. “Si esta hambruna continúa, podría perder a mi hija, o al bebé antes siquiera de que nazca.”


FUENTE:TRT Español