Refaat, el médico palestino-boliviano atrapado en Gaza: “Es como vivir un terremoto cada hora”
GENOCIDIO EN GAZA
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Refaat, el médico palestino-boliviano atrapado en Gaza: “Es como vivir un terremoto cada hora”El médico boliviano Refaat Alathamna está atrapado en Gaza, intentando sobrevivir a los bombardeos y a una grave crisis humanitaria mientras lucha por salvar a su familia.
El médico Refaat, de 47 años, huyó con su esposa y sus cinco hijos sin rumbo ni certezas, por la brutal ofensiva de Israel en Gaza. / TRT Español
hace 12 horas

“La cama se levantó, casi llegó al techo y volvió a caer. La ventana se rompió, las cortinas volaron. Pensé que era un sueño, pero desperté y vi que todos gritaban”, recuerda el médico palestino-boliviano Refaat Alathamna tras un bombardeo israelí en el norte de Jan Yunis, Gaza, pocos meses después de que Israel empezara su ofensiva genocida contra el pueblo palestino, en octubre de 2023. “No sabía qué pasaba. Fue como el día del juicio final”.

Esa mañana Refaat, de 47 años, huyó con su esposa y sus cinco hijos, sin rumbo ni certezas, dejando atrás su hogar con el temor de no volver a verlo jamás. Desde entonces, la familia ha sido desplazada más de 10 veces.

Ahora viven en un espacio alquilado en el campo de refugiados de Maghazi, en el centro de Gaza, donde el precio del alquiler subió de 100 a 800 dólares. Sobreviven gracias a las donaciones que Refaat gestiona en sus redes sociales con ayuda de contactos en el extranjero.

“Cada día temo que un misil impacte mi casa y a mi familia”, explica en diálogo con TRT Español. Aunque tiene pasaporte boliviano, lleva más de 10 años sin poder salir de Gaza, bloqueada por Israel desde 2007. Asegura que su nacionalidad, hasta ahora, no le ha permitido salir.

Una infancia bajo ocupación



Refaat nació en Jan Yunis, en el sur de Gaza, a fines de la década de 1970, en una casa modesta donde creció junto a sus 12 hermanos. Segundo de 13 hijos, su niñez estuvo marcada por la ocupación israelí y las amenazas constantes.

“Desde que tengo memoria, ellos [los israelíes] tenían el control de Gaza. Vivíamos con miedo y bajo presión constante”, reflexiona sobre la agresión sionista.

Su infancia coincidió con la Primera Intifada, a finales de 1987, cuando un vehículo del Ejército israelí atropelló a cuatro palestinos que viajaban en un automóvil. Ese hecho desató protestas que se extendieron por Cisjordania ocupada, Gaza y Jerusalén Este, en rechazo a la ocupación israelí que ya llevaba décadas.

Desde pequeño, Refaat fue también testigo de patrullas militares, redadas nocturnas y detenciones arbitrarias. “Podían irrumpir en tu casa por la noche y llevarse a alguien detenido sin dar explicaciones. Lo vivíamos todos los días”, recuerda.

Las noches transcurrían bajo toques de queda que a veces duraban días. Las escuelas cerraban por seguridad. Y en ese contexto, Refaat encontró un refugio: el deporte.

Entre la pasión y la realidad 



Descubrió su talento como arquero jugando fútbol en las calles de su barrio. Pronto se unió a equipos locales y también se destacó en vóleibol. “Era encargado de deportes en mi colegio, porque jugaba bien ambos [deportes]”, dice con orgullo. 

Pero cuenta que en Gaza el deporte no es una opción para el futuro. “Aquí no se puede vivir del deporte. Tuve que elegir entre ser deportista o médico para ayudar a mi familia”, asegura. Y, al terminar el bachillerato, decidió salir del enclave para estudiar Medicina, ya que allí no se ofrecía esa carrera. “Tenía que buscar afuera, como muchos palestinos”, admite.

El “palestino camba”

En 1998, con 19 años, Refaat llegó a Bolivia sin conocer bien el país. “Tuvimos que buscarlo en el mapa”, reconoce. Tras encontrar un folleto turístico sobre la Universidad San Francisco Xavier en la ciudad de Sucre, con el apoyo de palestinos en Bolivia, emprendió su viaje.

Se instaló primero en Sucre y luego en Santa Cruz, donde se graduó como médico en la Universidad Ucebol. Durante casi una década, Bolivia fue su hogar. Allí contrajo un breve matrimonio con una boliviana, sin llegar a formar una familia; obtuvo la nacionalidad y cultivó amistades que aún conserva.

“Muchas familias me consideraban un hijo más”, relata con cariño. Entre cenas, cumpleaños y celebraciones de Año Nuevo, estableció lazos con la comunidad. “Me decían ‘el palestino camba’; era más camba que la yuca”, dice con alegría, aludiendo al gentilicio cruceño y a uno de sus alimentos representativos.

Con el paso del tiempo en Bolivia, aprendió a cocinar platos típicos como la sopa de maní, sabores que aún echa de menos. “Cuando vivía allá, extrañaba la comida de aquí. Ahora es al revés”, afirma.

Mientras tanto, aprendió español, ejerció como médico y soñaba con especializarse para retribuir al país que lo había acogido. Pero el destino tenía otros planes.

Un viaje sin regreso

En 2010, tras un tiempo en Salta, Argentina, buscando especializarse, regresó a Gaza para visitar a su familia después de más de una década. Nunca imaginó que ese viaje se convertiría en lo que él considera “un encierro”.

“Fue como una trampa entre el bloqueo, mi situación económica y mi familia”, resume. Destaca que el bloqueo israelí se había endurecido y que el alto costo de salir por Egipto lo fue dejando atrapado. Con el tiempo, se volvió a casar y tuvo cinco hijos. A pesar de las restricciones, continuó ejerciendo como médico, sin perder la esperanza de salir algún día.

Vivir entre ruinas



Hoy, con el sistema de salud colapsado, hace algunos turnos en el hospital Nasser, uno de los pocos que aún funcionan en el enclave devastado. Estima haber atendido a cientos de pacientes en condiciones extremas. “Las peores imágenes que he visto son de niños. Pensarlo todavía me duele”, dice con pesar.

Fuera del hospital, la lucha por sobrevivir es diaria: buscar agua, recolectar madera y cocinar a fuego abierto. “Todo es inalcanzable”, afirma. Una simple ensalada se volvió un lujo, con verduras escasas y precios imposibles de pagar.

Se sostiene gracias al apoyo de la fundación Hola Gaza y a las campañas que lanzó en TikTok, Instagram y otras plataformas digitales, lo que le permite, por ahora, mantenerse en un lugar relativamente seguro.

“Nada es seguro aquí, pero algo es mejor que nada”, afirma.

Su esposa, 11 años menor, sostiene el hogar sin electricidad: hornea pan en horno de barro, lava la ropa a mano y limpia entre escombros. Los hijos, sin escuela, lo acompañan a todas partes. “Cuando me ven vestirme para salir, todos se alistan para acompañarme, aunque sea a buscar agua. Yo trato de hacerlo todo como un juego”, dice, aludiendo como buscar protegerlos del trauma.

Evacuación sin respuesta



Desde finales de 2023, Refaat ha solicitado ayuda al Estado boliviano para salir de Gaza. Asegura que contactó varias veces a la Embajada en El Cairo pidiendo evacuación y asistencia humanitaria. “Les dije que estaba en la calle con mis hijos. Me respondieron que no tenían recursos”, recuerda.

Aunque recibió un salvoconducto de la embajada, los refuerzos de los controles israelíes terminaron bloqueando su salida.

El Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia explicó en un comunicado oficial que la evacuación depende de una autorización de Israel a través de COGAT, el organismo militar que controla el acceso a Gaza. Según el viceministro consular, Fernando Pérez, “mientras no haya un permiso del Gobierno de Israel, la evacuación no podrá concretarse”.

TRT Español solicitó información a la Cancillería boliviana sobre el caso, pero no obtuvo respuesta hasta el momento de esta publicación. 

Esperanza en pausa



Desde Egipto, la activista española Lorena Santana, fundadora de la organización Hola Gaza, sigue su caso de cerca. “Si fueras español, ya no estarías ahí. Si fueras de otro país, ya habrías salido”, sostiene. A pesar de la continuidad de las restricciones por parte de Israel, cree que la falta de gestión diplomática ha prolongado la espera.

Mientras tanto, los hijos de Refaat le preguntan cada día: “¿Cuándo vamos a Bolivia? ¿Cuándo vamos a salir?”, y él añade: “Ya no sé qué decirles. Se están cansando de mis promesas”.

Identidad en vilo



Aunque nació en Gaza, Refaat explica cómo se siente boliviano por derecho, historia e idioma. Pero, en medio del genocidio, afirma que eso no tiene peso.

“Solo llegando a Egipto me reconocerían como boliviano. ¿Cómo puede ser que, teniendo un pasaporte boliviano y un gobierno que podría ayudarme, siga atrapado aquí?”, se pregunta. La realidad lo golpea en todos sus roles: médico, padre, ciudadano. “Lucho cada día para proteger a mis hijos. Es lo único que me queda. Lo que pasa aquí nadie puede imaginarlo. Es como vivir un terremoto cada hora”.

Su vida quedó suspendida entre el país que dejó atrás, la devastación que enfrenta y un futuro que, a pesar de todo, aún se atreve a imaginar.

“Extraño Bolivia”, evoca con nostalgia. “Extraño a mis amigos, las salteñas, la sopa de maní… Salí a los 19 y pasé allí casi toda mi juventud”. Sueña con volver y mostrar a su familia el país donde fue feliz.

Pero hoy, en medio de la tragedia, su prioridad son sus hijos y encontrar un lugar seguro. “Ahora pienso en ellos”, concluye. “Cada día para nosotros cuenta. Porque si hoy dormimos, no sabemos si habrá un ataque”.


FUENTE:TRT Español
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