Opinión
GENOCIDIO EN GAZA
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Un mundo que reconoce a Palestina, pero no sus derechos
Mientras el mundo no enfrente de manera directa la ocupación, los asentamientos ilegales y el apartheid, los palestinos seguirán sin verdadera soberanía ni justicia, a pesar del reconocimiento internacional.
Un mundo que reconoce a Palestina, pero no sus derechos
El reconocimiento mundial del Estado palestino está aumentando. / AA
27 de septiembre de 2025

Durante más de medio siglo, la fórmula de los dos Estados —un régimen sionista junto a una Palestina soberana en Cisjordania ocupada, Gaza y Jerusalén Este— ha sido la salida oficial a un conflicto interminable.

No se trata de una idea de moda nacida de la última crisis; ha sido la elección estratégica de los Estados árabes desde que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la Resolución 242 tras la guerra de 1967. La resolución no mencionaba explícitamente “dos Estados”, pero su objetivo central —la retirada de los territorios ocupados en 1967 a cambio de paz y reconocimiento mutuo— se convirtió en el andamiaje conceptual para los dos Estados y la diplomacia regional desde entonces.

Los propios palestinos codificaron este rumbo hace tiempo. En 1974, el Programa de los Diez Puntos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) abrió la puerta a establecer una autoridad palestina en cualquier territorio liberado, un giro claro hacia una estrategia de estatalidad incremental.

En noviembre de 1988, en Argel, la OLP declaró formalmente el Estado de Palestina y aceptó las resoluciones 242/338 del Consejo de Seguridad como base para un proceso político. En 1993, la OLP reconoció el “derecho a existir” de Israel y entró en el marco de Oslo, que presupuso un desenlace de dos Estados, aunque el régimen sionista nunca se comprometió explícitamente con ello. Estas no fueron posiciones retóricas; fueron concesiones históricas palestinas, sin correspondencia del lado israelí.

Los gobiernos árabes hicieron lo propio en sus marcos. La propuesta de ocho puntos del príncipe heredero Fahd (adoptada en Fez, Marruecos, en 1982) pedía explícitamente un Estado palestino independiente con Jerusalén como capital. Dos décadas más tarde, en 2002, la Iniciativa de Paz Árabe —la “opción estratégica” adoptada unánimemente por la Liga Árabe— ofreció plena normalización con Israel a cambio de la retirada a las líneas de 1967 y una solución negociada para los refugiados según la Resolución 194 de la Asamblea General de la ONU.

Fueron propuestas integrales, a escala regional, ancladas en los dos Estados, pese a la injusticia histórica cometida contra los palestinos.


Reconocimiento en cascada, pero aún sin Estado

El sistema internacional ha estado en el mismo punto durante años. El Consejo de Seguridad de la ONU avaló formalmente la “Hoja de Ruta” del Cuarteto hacia una solución de dos Estados permanentes en la Resolución 1515 de 2003.

Y en los últimos meses, una cascada de reconocimientos ha elevado a unos 156 los Estados miembros de la ONU que reconocen a Palestina, más de cuatro de cada cinco países del mundo, reflejando un consenso global inequívoco sobre la estatalidad palestina dentro del marco de los dos Estados.

Si la región, la OLP y la mayoría del mundo se alinearon detrás de los dos Estados, ¿por qué no se ha logrado?

Porque las políticas y los hechos sobre el terreno han avanzado en la dirección contraria.

Desde la firma de Oslo en 1993, el proyecto de asentamientos ilegales del régimen sionista se ha expandido de manera implacable. En 1993 había aproximadamente entre 110.000 y 125.000 colonos ilegales en Cisjordania ocupada (sin contar Jerusalén Este); hoy, incluyendo Jerusalén Este, el total supera los 750.000 y sigue aumentando, cifras que, según todos los observadores serios, hacen casi imposible la contigüidad territorial. No es un accidente; es una política.

Los sucesivos gobiernos israelíes lo han dicho abiertamente.

En 2015, el primer ministro Benjamín Netanyahu declaró en vísperas de las elecciones: “Si soy elegido, no habrá un Estado palestino”. En un video filtrado de 2001, se jactaba ante colonos: “De facto puse fin a los Acuerdos de Oslo”, y agregó: “Yo sé lo que es Estados Unidos… una cosa que se puede mover muy fácilmente”.

Además, en la ONU, el 22 de septiembre de 2023, Netanyahu mostró un mapa del “Nuevo Oriente Medio” que borraba por completo a Palestina mientras promovía un corredor económico India-Oriente Medio-Europa, señalando un futuro basado en la primacía israelí sin soberanía palestina.

La política de Estados Unidos, mientras tanto, ha protegido con frecuencia esta dinámica. A su crédito, el secretario de Estado John Kerry dijo la triste verdad desde Washington en diciembre de 2016: “Si la opción es un solo Estado, Israel puede ser judío o democrático; no puede ser ambas cosas”, advirtiendo que “la agenda de los colonos está definiendo el futuro de Israel”.

Esa misma semana, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 2334, reafirmando la ilegalidad de los asentamientos y calificándolos de “violación flagrante” y “obstáculo mayor para la consecución de la solución de dos Estados”. Sin embargo, más allá de las palabras, Washington utilizó repetidamente su poder de veto o abstención para impedir una aplicación efectiva, mientras las excavadoras seguían avanzando.

¿Y qué hay del 7 de Octubre de 2023, y la catastrófica ofensiva genocida que siguió? Causa y efecto en política rara vez son lineales. Pero un punto es claro: cerrar horizontes políticos mientras se refuerza la dominación genera medidas desesperadas y reacciones violentas.

En 2018, Yahya Sinwar, líder de Hamás en Gaza asesinado el año pasado, lo dijo claramente: “No quiero guerra… quiero el fin del asedio”. Su petición fue ignorada.

La idea de que las necesidades y derechos palestinos podían marginarse indefinidamente —mediante “paz económica”, asedio y contención— fue una ilusión. Estalló en una fuga de prisión masiva el 7 de octubre de 2023.

Los palestinos también aprendieron una dura lección: sin palanca, nada avanza. El intercambio de prisioneros de 2011 por Gilad Shalit —1.027 palestinos por un soldado israelí— dejó grabada una lógica brutal en la memoria colectiva palestina.

Durante años, reuniones interminables y negociaciones estériles ofrecieron poco en materia de prisioneros, soberanía, fin de la ocupación o retorno, mientras que la resistencia coercitiva, muchas veces, sí logró avances. No es complicado entender ese cálculo ni reconocer por qué persiste, o por qué las respuestas puramente punitivas no borran los incentivos estructurales que lo moldearon.

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Un terreno político en cambio


Paradójicamente, la ofensiva genocida israelí en Gaza y el horror que desencadenó han reubicado la conversación global en torno al paradigma de los dos Estados. Impulsados por la opinión pública y la magnitud de la devastación, cada vez más países —incluidos europeos y occidentales— han reconocido a Palestina, junto con llamados casi universales a detener la masacre.

En respuesta, Tel Aviv ha redoblado su postura mientras Netanyahu rechaza estos reconocimientos, calificándolos de inútiles, y lanza mensajes sutiles de posibles anexiones unilaterales, mientras la influencia de Estados Unidos parece cada vez más aislada. El terreno político está cambiando, aunque las realidades de poder aún se rezaguen.

¿Significa esto que los dos Estados están a la vuelta de la esquina? No. A corto plazo, el mundo tiene dos tareas urgentes: detener la matanza y el hambre en Gaza, y frenar las apropiaciones de tierras y la violencia de colonos en Cisjordania ocupada.

Sin esos pasos inmediatos, hablar de “estatalidad” es teatro político. Incluso entonces, volver a un desenlace viable de dos Estados requeriría movimientos políticamente audaces: congelar los asentamientos (incluido Jerusalén Este), establecer cronogramas claros, mecanismos de aplicación y garantizar derechos durante la transición, no solo un “proceso”. En ausencia de ello, el reconocimiento corre el riesgo de quedarse en un símbolo sin sustancia.

Lo que conduce a la incómoda pregunta: ¿ya es demasiado tarde para los dos Estados? Muchos sostienen, con razón, que el mapa está demasiado fragmentado y que, tras el genocidio en Gaza, el sionismo es irredimible. El ascenso de la ultraderecha y de los movimientos mesiánicos en el Estado sionista hace que hablar de resolver la situación a través de un acuerdo político con el actual equilibrio de poder sea poco realista.

El ejemplo exitoso de Sudáfrica resulta muy instructivo. Acomodar la ideología de la dominación y mantener estructuras de supremacía son la raíz del problema. Desmantelar tales instituciones es la única solución justa y duradera. Esa es la base legal y moral: acabar con el régimen militar y las estructuras racistas, garantizar igualdad y derechos políticos, y proporcionar reparación a los refugiados y su derecho al retorno.

Si los dos Estados no pueden revivirse con sustancia, la alternativa no puede ser la desigualdad y la supremacía perpetuas. El principio rector debe ser los derechos, no los eslóganes.

En resumen: durante décadas, las capitales árabes, la OLP, la ONU y la mayoría de los Estados han respaldado los dos Estados. El principal obstáculo ha sido la creación sistemática de hechos sobre el terreno diseñados para impedirlo, y la falta de una voluntad internacional sostenida y aplicable para revertir esos hechos.

Si el mundo quiere dos Estados, hará falta más que discursos y gestos simbólicos: harán falta consecuencias para las acciones que los hacen imposibles.

Y si el mundo no puede o no quiere reunir esa voluntad, le debe a israelíes y palestinos una alternativa honesta que ponga en el centro la justicia, la libertad y una paz duradera, no solo para quienes viven entre el río y el mar, sino también para todos los palestinos en el mundo.

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FUENTE:TRT World
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