El impulso firme de Israel para remodelar la geografía y la política de Jerusalén y de los territorios palestinos no es ni espontáneo ni en defensa propia. Es el resultado de una estrategia a largo plazo destinada a borrar cualquier posibilidad de soberanía palestina, reivindicada recientemente por algunos actores de la comunidad internacional, e imponer una narrativa controlada exclusivamente por Israel.
De Jerusalén a Gaza, cada acción destructiva de Israel sirve para consolidar poder, desplazar a los palestinos y desestabilizar la región. Sin una intervención internacional significativa, las consecuencias se sentirán mucho más allá de la Tierra Santa.
El giro se hizo evidente en 2017, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, rompió décadas de consenso internacional al reconocer a toda Jerusalén como capital de Israel y trasladar allí la embajada estadounidense.
Este acto unilateral, presentado como parte del llamado “Acuerdo del Siglo”, otorgó a Israel luz verde para acelerar sus planes en Jerusalén.
Los asentamientos de colonos se expandieron, las demoliciones de hogares palestinos se multiplicaron y el acceso a los lugares sagrados se restringió aún más. Para los palestinos, la declaración de Trump no solo socavó la solución de dos Estados, sino que prácticamente la destruyó.
Israel interpretó la bendición de Washington como una licencia para consolidar su soberanía sobre Jerusalén a expensas de la presencia y los derechos palestinos.
Pero el movimiento de Trump solo aceleró un proceso que ya estaba en marcha. Israel introdujo medidas diseñadas para fragmentar la sociedad palestina en Jerusalén y para afirmar un control exclusivo sobre sus lugares sagrados.
En 2015, las restricciones de acceso a la mezquita de Al-Aqsa y las incursiones de colonos provocaron la Intifada de Al-Quds, que dejó miles de heridos, detenidos o muertos. Dos años más tarde, la instalación de puertas electrónicas en los accesos de Al-Aqsa desencadenó protestas masivas, forzando a Israel a un retroceso humillante.
Sin embargo, la trayectoria general nunca cambió: las demoliciones aumentaron, las expulsiones continuaron y los grupos de colonos asaltaron Al-Aqsa con cada vez con mayor frecuencia, a menudo bajo la protección directa de las fuerzas de seguridad israelíes.
El propio primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, junto a figuras de ultraderecha como Itamar Ben-Gvir, realizó visitas de alto perfil a Silwan, un barrio palestino en Jerusalén Este ocupada, y a Al-Aqsa, enviando un mensaje claro: Jerusalén se reconstruirá bajo los términos de Israel, sin importar el derecho internacional ni siglos de custodia religiosa.
E1 y la Cisjordania ocupada
Esta estrategia se ha extendido desde entonces a la Cisjordania ocupada, revelando sus verdaderas intenciones. En agosto de 2025, Israel reactivó el plan largamente dormido del asentamiento E1, autorizando la construcción de unas 3.500 viviendas al este de Jerusalén.
A primera vista, podría parecer una simple expansión del amplio proyecto expansionista de Israel, pero sus implicaciones son mucho más graves. La nueva construcción crearía un corredor que uniría Jerusalén con Ma’ale Adumim, uno de los mayores asentamientos ilegales del país, al mismo tiempo que partiría Cisjordania en dos.
Al cortar Jerusalén Este ocupada del resto del territorio y separar las comunidades del norte y sur de Cisjordania ocupada, el proyecto E1 haría prácticamente imposible el establecimiento de un Estado palestino cuyo territorio esté unificado.
Y los funcionarios israelíes no han ocultado sus intenciones. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, declaró sin rodeos que la aprobación de la construcción en E1 “entierra la idea de un Estado palestino”.
Tal franqueza confirma lo que los palestinos saben desde hace tiempo: los asentamientos ilegales no buscan resolver la escasez de vivienda ni la seguridad; son instrumentos de anexión. A través de E1 y proyectos similares, Israel formaliza lo que llama “soberanía de facto”, ampliando su control sobre territorios ocupados en violación de la Cuarta Convención de Ginebra y de repetidas resoluciones de la ONU.
Si E1 representa la estrategia israelí para fragmentar la Cisjordania ocupada, Gaza muestra la otra cara de la moneda: dominación militar directa y desplazamiento forzado.
En agosto de 2025, Israel aprobó un plan para tomar el control de la Ciudad de Gaza, desplazando a más de un millón de habitantes bajo el pretexto de “seguridad”. Familias enteras han sido obligadas a evacuar y se han visto confinadas en refugios inseguros y sobrepoblados en el sur de Gaza, mientras organizaciones humanitarias advierten sobre muertes por hambre y una catástrofe humanitaria que se agrava cada vez más.
Al ocupar la Ciudad de Gaza, Israel ejecuta un plan para reconfigurar permanentemente el enclave, tal como ha hecho en Jerusalén Este y en Cisjordania ocupadas.
En conjunto, estos planes revelan una estrategia coordinada de expansión.
En Jerusalén, las medidas restrictivas y las provocaciones en Al-Aqsa buscan reducir la presencia palestina y normalizar la supremacía de los colonos. En Cisjordania, el plan E1 pretende fragmentar el territorio hasta convertir la soberanía palestina en una fantasía. En Gaza, el desplazamiento masivo y la ocupación militar muestran que Israel busca rehacer completamente el territorio. Se trata de borrar la presencia palestina: ese es y siempre ha sido su objetivo.
Silencio global, resistencia local
Las consecuencias son inmediatas y graves. Aun despojadas de soberanía y sometidas a violencia constante, las comunidades palestinas fragmentadas seguirán resistiendo, tal como lo han hecho siempre.
Esa resistencia, ya sea en las calles de Jerusalén, en los pueblos de la Cisjordania ocupada o en los campos de refugiados de Gaza, se encontrará inevitablemente con más agresiones de Israel, alimentando un ciclo interminable de sangre.
Pero incluso más allá de Palestina, estas provocaciones amenazan con involucrar a otros países de la región, como Jordania y Líbano.
Jordania, que custodia la mezquita de Al-Aqsa, mira cada avance israelí en Jerusalén como una amenaza directa a su soberanía y estabilidad interna, especialmente dada la gran población palestina dentro de sus fronteras. Líbano, ya inmerso en parálisis política y colapso económico, enfrenta tensiones constantes en su frontera sur ante las incursiones militares y los ataques aéreos israelíes.
Al mismo tiempo, Israel ha extendido su presencia militar por la región, atacando objetivos en Siria, Líbano y Yemen, y realizando un ataque no provocado contra Qatar.
Estas acciones, aunque no estén directamente vinculadas al proyecto expansionista en Palestina, muestran cómo la agresión militar israelí desestabiliza cada vez más Oriente Medio.
La comunidad internacional no puede permanecer pasiva. Condenas desde Bruselas o declaraciones de Naciones Unidas carecen de valor si no se acompañan de medidas concretas.
Israel ha demostrado una y otra vez que ignorará la opinión internacional salvo que enfrente consecuencias. Por eso, se requiere presión mediante aislamiento diplomático, restricciones a la venta de armas y sanciones contra empresas de asentamientos. Al mismo tiempo, los derechos de los palestinos deben ser respetados como principio vinculante del derecho internacional.
La opinión pública mundial está cambiando. Pero este impulso debe traducirse en políticas concretas si se quiere evitar la tragedia que se avecina. La alternativa es clara: el silencio dará a Israel vía libre para avanzar con la anexión de Cisjordania, con los desplazamientos en Gaza y con la destrucción del status quo de Jerusalén.
El conflicto en Jerusalén no es solo local: es un barómetro del compromiso mundial con la justicia. Gaza no es únicamente un campo de batalla; es una prueba de humanidad. Y el plan E1 no es un simple asunto de delimitar áreas y construir edificios, sino que es un proyecto para negar de manera permanente la existencia de un Estado palestino.
Juntos, forman un proyecto expansionista que amenaza no solo a los palestinos, sino a la estabilidad de toda la región. A menos que el mundo actúe con decisión, la carrera de Israel por el control total nos conducirá a todos a un conflicto sin fin.