El "bazar de los perezosos" de Siria que facilita la vida y empodera a la sociedad tras la guerra
ORIENTE MEDIO
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El "bazar de los perezosos" de Siria que facilita la vida y empodera a la sociedad tras la guerraConocido por los locales como Souq Al-Tanabel, o “mercado de los perezosos”, ha pasado de ser una simple comodidad a convertirse en un pilar de la economía posbélica. Cada bolsa de verduras preparadas transporta tradición, resiliencia y comunidad.
El “bazar de la gente perezosa” de Damasco es todo menos perezoso: es un salvavidas y un símbolo de resiliencia. / TRT World
hace 7 horas

En el distrito Shaalan de Damasco, en Siria, el sonido de los cuchillos sobre las tablas de cortar marca el inicio de la jornada. Montañas de perejil picado, calabacines vacíos apilados y puntas de okra cuidadosamente formadas en conos perfectos completan el panorama.

Mujeres que antes preparaban estos alimentos en casa ahora regatean con los vendedores sobre montones de verduras listas para cocinar. Conocido por los lugareños como Souq Al-Tanabel —traducido libremente como "el mercado de los perezosos"— el lugar no se trata tanto de pereza, sino más de la economía del tiempo.

“Los bazares en las ciudades musulmanas siempre han sido más que comercio”, dice el profesor Mohammad Gharipour de la Universidad de Maryland, editor de El bazar de la ciudad islámica: diseño, cultura e historia. “Fueron diseñados para reunir a las personas, no solo para mover mercancías”.

Para Gharipour, el bazar hace parte del tejido social de Damasco. “Está entrelazado con la vida misma de la ciudad: es un lugar para comprar, pero también para ponerse al día con los vecinos, escuchar historias, compartir un café”, explica.

Esa combinación de vida económica y social, añade, es lo que permitió a los bazares históricos perdurar. Al mantener viva esa tradición, hoy el Souq Al-Tanabel sirve como “un verdadero ancla comunitaria en lugar de solo un espacio comercial”.

Ese sentido de comunidad también es lo que sigue atrayendo a los visitantes.

“Al caminar por Shaalan, me sorprendieron los puestos llenos de verduras vibrantes, todas preparadas y listas para cocinar. Calabacines vacíos, okra recortada, frijoles sin hilos, incluso kilos de perejil picado para tabulé”, dice Elif Nuran Özgun, una editora de 26 años de Türkiye. Allí ella suele comprar guisantes congelados o verduras en el supermercado local.

Encantada por el bazar durante su visita de verano a Damasco, agrega: “Ver platos tradicionales sirios listos para cocinar en el bazar me sorprendió. A los sirios les encanta disfrutar de la vida al aire libre, pero nunca comprometen la buena comida. Realmente han descubierto el secreto de una vida alegre”.

La vitalidad del bazar se refleja en su papel como fuente de supervivencia. El ingreso promedio de las mujeres que trabajan allí es de aproximadamente cinco dólares al día; una cantidad pequeña en papel, pero un salvavidas para las familias que luchan por sobrevivir en la economía que sufrió una fuerte caída durante el régimen de Bashar Al-Assad.

A pesar de que la economía de Siria se contrajo un 1,5% en 2024 y el Banco Mundial pronostica solo un crecimiento frágil del 1% en 2025, el bazar sigue siendo uno de los pocos lugares que entrelaza medios de vida, resiliencia y solidaridad social.

Desde la década de 1980

Las raíces este mercado se remontan a la década de 1980, cuando el vendedor Haitham Al Harith, ahora de 60 años, comenzó a preparar verduras para clientes con necesidades culinarias particulares.

“Algunos platos requerían [preparación adicional], así que tallamos calabacines y preparamos berenjenas para él. Me gustó la idea y continué”, cuenta Al Harith a TRT World.

Lo que comenzó como un favor ocasional rápidamente se convirtió en un sistema. “Más tarde, ampliamos la variedad: calabacines tallados, berenjenas, papas, guisantes pelados, zanahorias peladas... Con el tiempo, el negocio se popularizó. Primero, abrimos dos o tres tiendas, luego se extendió a otros bazares”, dice Al Harith.

En ese entonces, hacer compras al por mayor era una carga pesada. Llevar 50 kilogramos de habas a casa significaba horas de desgranado para toda la familia. Al Harith vio una oportunidad. “Vendíamos habas listas —incluso las hervíamos y las almacenábamos en congeladores”, explica.

Para muchos hogares, especialmente mujeres trabajadoras, esta conveniencia transformó la vida diaria. No se trataba solo de comodidad: durante los cortes de electricidad y agua, las verduras preparadas ahorraban tiempo y energía.

Sin embargo, la popularidad del bazar pronto le valió el apodo de los perezosos. “Pero no lo veo como pereza, lo veo como desarrollo”, insiste Al Harith.

“La ropa en el pasado se lavaba a mano, luego llegaron los electrodomésticos. Lo mismo ocurre con la televisión y el control remoto. A medida que el mundo se desarrolló, nosotros también lo hicimos”.

Un vínculo regional y global

En la década de 1990, Damasco era visto como el corazón comercial de la región. Visitantes libaneses, turcos y jordanos acudían al souq, atraídos por su variedad y frescura, ya que contaba con productos a menudo no disponibles en sus propios países. El concepto incluso viajó al extranjero: en Gaziantep, Türkiye, un mercado llamado Tembel Avrat Pazari, o “Mercado de la Esposa Perezosa”, rastrea sus raíces directamente al modelo de Damasco.

“Recuerdo que muchos libaneses venían los fines de semana a comprar en Souq Al-Tanabel, porque era más barato que lo que tenían en casa”, dice Faedah M. Totah, profesora asociada de antropología en la Universidad de Virginia Commonwealth.

Aunque aún no ha podido regresar a Damasco para presenciar de primera mano cómo el mercado sobrevivió durante y después de la guerra, Totah recuerda que el souq no solo era un accesorio del vecindario, sino un destino regional, con visitantes que llevaban sacos de calabacines vacíos y guisantes desgranados de regreso a través de la frontera.

De esta manera, Souq al-Tanabel anticipó la tendencia global de alimentos convenientes por décadas.

Mientras que las comidas congeladas y los kits de ensaladas preenvasados comenzaron a llenar los estantes de los supermercados en Estados Unidos y Europa a fines de la década de 2000, las mujeres de Damasco y los comerciantes ya habían perfeccionado un sistema que aligeraba las cargas del hogar, ahorraba tiempo y energía, y preservaba los lazos sociales. El bazar nunca se trató de pereza: para ellos se trataba de supervivencia, adaptación y comunidad.

Para el Dr. Faris Arab, de 38 años, fisioterapeuta ortopédico que ahora vive en Nueva Delhi, el Souq al-Tanabel es inseparable de los aromas y sonidos de su infancia. “Solía comprar todos nuestros víveres allí. Todo, desde pan hasta leche y verduras”, recuerda en diálogo con TRT World.

Su recuerdo más querido pertenece a la panadería justo detrás de su casa. “El olor de los croissants de chocolate y queso fresco subía a nuestro piso. Bajaba corriendo como Jerry el ratón”, se ríe, recordando cuando tenía nueve años.

El Dr. Arab, desplazado por la guerra que terminó después de que el régimen de Assad fuera derrocado en diciembre del año pasado, aún lleva esos recuerdos consigo. Su familia se ha dispersado, sus fotografías y pertenencias se perdieron en el fuego y los escombros del conflicto armado.

“Debido a la guerra, fui privado de mi país natal, y todos mis recuerdos se están desvaneciendo lentamente”, dice en voz baja. Lo que perdura son fragmentos: el olor del pan, la vista de los calabacines rellenos, el ritmo de los vendedores que cantan sus ofertas. Arab insiste en que el mercado nunca se trató de pereza, sino que sirvió como una economía de cuidado tejida en la vida diaria.

Recuperación en Siria tras la guerra

Después de años de conflicto, muchos temían que Souq Al-Tanabel se desvaneciera en el silencio. En cambio, ha sucedido lo contrario: sus calles se sienten más vivas que nunca. Los vendedores gritan sus ofertas, los clientes se presionan unos contra otros, y el rápido golpeteo de los cuchillos contra las tablas de cortar resuena por las estrechas calles de Shaalan.

“Antes de la guerra, la gente solía preparar en grandes cantidades para el invierno”, dice Imad Shurba, de 47 años, que ha vendido verduras aquí durante casi 25 años. “Ahora compran menos, pero vienen más a menudo. El souq sigue vivo —quizás incluso más vivo— porque todos dependen de él a diario”.

Para los académicos, la vitalidad del mercado habla de más que comercio. “Un lugar como Souq al-Tanabel puede ayudar a las personas a reconectarse después de años de interrupción”, añade Gharipour. “Puede devolver los ritmos familiares —comprar pan en la misma panadería, charlar con los vecinos, escuchar a un narrador en la esquina”. Estos momentos cotidianos, dice, reconstruyen la confianza y un sentido compartido de pertenencia.

En un puesto, Ummu Hafiz, de 60 años, del Golán, ajusta su pañuelo mientras vacía calabacines. Su historia pesa más que los sacos de guisantes apilados junto a ella. Durante la guerra, las fuerzas del régimen atacaron a su familia. “Primero se llevaron a mi hijo mayor mientras dormía”, recuerda. “Luego regresaron por mi esposo” Dos hijos más también le fueron arrebatados por el régimen, y otro huyó al extranjero, dejándola con seis hijas y la difícil tarea de sobrevivir.

“Antes, nunca trabajé”, dice. “Pero cuando mi esposo e hijos se fueron, no tuve opción. Vine aquí, comencé a pelar, embolsar y vaciar verduras. No da mucho, pero gracias a Dios, nunca tuvimos que mendigar”, cuenta. Para Hafiz, el souq no es solo un lugar de trabajo, sino un frágil ancla en una vida transformada por la guerra.

Gharipour señala que mercados como Souq al-Tanabel son salvavidas para mujeres y pequeños productores. “No requieren grandes inversiones para comenzar, así que las personas pueden vender alimentos u otros productos con barreras mínimas. Eso mantiene el ingreso circulando dentro de la comunidad. Y no se trata solo de vender: son lugares para aprender nuevas habilidades, compartir ideas y construir redes. Para las mujeres, especialmente, pueden ser plataformas para iniciar negocios, ganar independencia y apoyar la recuperación de sus familias y vecindarios.”

Para la antropóloga Totah, el cambio es notable. “Tradicionalmente, las mujeres no trabajaban dentro de los bazares. Compraban allí, pero rara vez estaban detrás de los puestos. Lo que vemos en Shaalan es una reconfiguración: mujeres convirtiéndose en vendedoras, reflejando tanto las presiones modernas como el impacto de la guerra”, comenta a TRT World.

Para Totah, el mercado es más transaccional que social. “Es positivo ver más mujeres involucradas, pero esto podría no durar debido al cambiante entorno político y social de Siria”. Aun así, señala que las mujeres se sienten atraídas por este mercado más que por los bazares tradicionales, precisamente porque satisface las necesidades urgentes de la vida diaria. Aquí, todo está listo para cocinar, un alivio en los hogares donde el tiempo escasea y el trabajo nunca termina.

Entre quienes mantienen el souq funcionando hoy está Um Talal, de 68 años, quien ha trabajado en los puestos durante la última década. Su día comienza a las siete de la mañana y a menudo se extiende hasta el anochecer, y para ella no hay días libres. “Trabajo todos los días por necesidad”, explica. “De siete de la mañana a siete de la tarde, luego voy a casa. La mayoría de lo que hacemos va para los comerciantes, pero los calabacines vacíos son principalmente para amas de casa que quieren cocinar rápido”.

Su labor es incansable, pero sostiene a su extensa familia: “Cuido a mi hija divorciada y sus dos hijos, a mi hijo y sus dos niñas, y a dos niñas huérfanas”.

La enfermedad crónica la acompaña durante sus jornadas. “Tengo diabetes e hipertensión, pero sigo trabajando. Es cansador, pero Dios provee nuestro sustento a través de estos puestos”.

Para Um Talal y cientos de otros sirios, el souq es tanto un lugar de trabajo como un salvavidas: un puente frágil pero esencial entre la supervivencia de sus familias y el ritmo diario de la ciudad de Damasco.

FUENTE:TRT World
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