Vivir desde adentro el genocidio en Gaza es una ruleta rusa: cada día puede ser el último. “Si tuviste suerte, pasas al día siguiente. Hemos vivido así hace casi 400 días", confiesa Anas Ayesh, quien ha sobrevivido a esa ruleta rusa en carne propia. Aunque muchos de sus allegados no han tenido suerte.
Antes de la brutal ofensiva que Israel lanzó contra Gaza el 7 de octubre de 2023, Ayesh estudiaba medicina en Venezuela. Tenía 28 años. Había regresado al enclave para reunirse con su familia, después de casi una década en el extranjero. Pero cuando comenzaron los ataques de Israel, su vida detonó.
No hay un solo lugar seguro
Al comienzo, junto a sus padres, abuela, cinco hermanos y un sobrino, se quedaron en la casa familiar. Pero a medida que los bombardeos se intensificaban, huyeron a casa de un tío. Luego, se trasladaron a una escuela de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), que después también fue atacada. El salvajismo desatado no tiene límites.
“Mientras estuvimos en los pisos inferiores de la escuela, lanzaron bombas de artillería en los pisos superiores”, recuerda Anas. “Hubo muchos mártires y heridos”.
De allí, se desplazaron a una escuela cerca del complejo médico Al-Shifa. En medio de la masacre de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y de las órdenes de abandonar la zona residencial o arriesgarse a ser bombardeados, Anas vivió una experiencia aún más apocalíptica que todo lo que había atravesado.
“Era un camino de cadáveres”, recuerda. “Un sendero de la muerte: cuerpos tirados en el campo, extremidades, una película de terror. Tuvimos que caminar como 10 kilómetros para desplazarnos desde el norte hacia el sur. Fue agotador. Los ancianos y niños no podían aguantar. Y eso que el ejército israelí había designado esa área como segura para viajar”, relató.
Vivir en una tienda en la calle sin agua, energía ni comida
Tras mucho andar y con la pesadilla a sus espaldas, llegaron a un centro de refugiados cerca de Rafah. Pero el panorama allí era igual de desolador: en medio del frío y la suciedad se multiplicaban el hambre y las enfermedades.
Más tarde, cuando Rafah fue bombardeada, Anas buscó refugio en Deir al-Balah, en el centro de Gaza. En medio del hacinamiento, junto a su familia montaron una tienda en las calles. Y allí siguen hasta la fecha. Un predio donde conviven junto a 20 familias en condiciones precarias. Una zona llamada: “campo del desierto”.
“No hay agua ni para beber o bañarse. Con la falta de higiene aparecen muchas enfermedades de piel, como erupciones, y afectan sobre todo a niños. No hay comida y es difícil conseguir alimentos porque son muy costosos. No hay fuentes de energía ni señal telefónica o de internet. Es difícil comunicarnos con el mundo exterior”, se lamenta Anas. “En resumen, cada día estamos muriendo”.
La hambruna más alarmante
Hace dos meses, la hambruna alcanzó en Gaza su nivel máximo. “Dormimos con hambre y pasamos muchos días seguidos sin comer”, relata Anas.
Mientras Israel continúa impidiendo, directa e indirectamente, el flujo de ayuda hacia el país, los palestinos son los más afectados. Los garbanzos enlatados, por ejemplo, se consiguen como mínimo a 5 dólares, los vegetales enlatados a 15 dólares, y un kilo de harina a 8 dólares. Comer en Gaza una vez al día, advierte Anas, es un lujo.
"En los mercados no hay nada. Lo más común es comer sopa de arroz blanco sin nada o de lentejas, y eso también es muy costoso. La gente no trabaja y no hay ingresos, además del bloqueo económico en Gaza, no hay ni para comprar un pedazo de pan. Vemos a muchos aquí que mueren de hambre”.
La Nakba que vuelve y el sueño de estudiar afuera
La historia familiar, para Anas, se repite. Sus abuelos en 1948 fueron desplazados a la fuerza de su pequeño pueblo durante la Nakba, la “catástrofe”. Anas creció en el campo de refugiados Al-Shati, en la parte occidental de Gaza, con la ciudad bloqueada y amenazas constantes. Junto a sus padres y abuelos, pasó por cinco guerras y otros incidentes violentos a manos de Israel.
Durante su juventud, Anas dibujaba y jugaba al fútbol. En la escuela tenía excelentes calificaciones. Y, gracias a eso, obtuvo una beca para estudiar medicina. Una iniciativa establecida en 2007 durante el Gobierno de Hugo Chávez entre Venezuela y Cuba, y luego junto al Ministerio de Educación de Gaza, permitió a Anas estudiar medicina en Caracas. Sin costo alguno.
Fue, para él, una aventura que nunca olvidará. Cuando llegaron a la capital, el presidente venezolano Nicolás Maduro recibió a los estudiantes que llegaban de Palestina. Los saludó uno por uno. Y luego dio un discurso donde declaró ese día como “histórico”. “Es un gesto de solidaridad formar al pueblo palestino para la vida, para la paz, después de la masacre que han vivido durante tanto tiempo”, expresó Maduro.
La dificultad del idioma, la falta de recursos y la calidez latina
Aunque Anas tenía cubiertos los costos de estudio, debía afrontar el alquiler y otros gastos mientras se mudaba a la residencia médica.
“No sabía ni una palabra en español, pero la gente me enseñó el idioma con mucho amor y paciencia”, recuerda Anas con acento venezolano. “Como mis estudios eran en español tuve que dedicarle mucho tiempo a aprender el idioma”.
Mientras recibía clases de español, él, a su vez, daba lecciones de historia sobre la causa palestina y participaba en homenajes en memoria de la Nakba. Durante el mes de Ramadán compartía los cortes de ayuno con amigos africanos musulmanes. Pero el bloqueo impuesto por Estados Unidos dificultó también su vida en Venezuela.
“Mis recuerdos más lindos fueron mis experiencias en los hospitales y clínicas de Caracas con mis compañeros. También me gustaban las navidades, pues había muchas celebraciones y buen ambiente. Mis desafíos siempre fueron por la situación económica difícil que no me dejó continuar mi carrera por mucho tiempo”.
Como a veces no tenía dinero para alquiler, llegó a dormir en cafeterías y almacenes. Y luego tuvo que trasladarse a Bolivia para trabajar. Allí fue desde albañil hasta camarero y vendedor en una zapatería. Con el dinero que reunió, regresó a Venezuela justo durante la pandemia de COVID-19. El mundo entró en confinamiento, Y Anas pudo reanudar sus estudios.
El regreso en un momento difícil
En el 2023 se dio la oportunidad en vacaciones de verano, de regresar a visitar a su familia en Gaza. Llevaba años sin verla. Pero en ese momento estalló la ofensiva israelí y no pudo volver a salir.
Atrapado en Gaza en medio del genocidio de Israel, Anas quiso hacerle saber al mundo sobre su situación. Con solo un teléfono móvil y una señal intermitente, decidió documentar la vida bajo la brutal agresión de Israel en Instagram. Comenzó a compartir videos y fotos de un escenario, a menudo, pasado por alto por la prensa internacional. Y además, lo narró en español.
“Quiero mostrar al mundo latino los crímenes de guerra que ocurren aquí”, relata. Siente que es una forma de llevar “justicia” para su pueblo.
Ayuda en medio del drama
Después de que el 75% del sector de salud haya sido devastado por Israel, Anas ha brindado ayuda en operaciones de emergencia y primeros auxilios.
Muchos niños han sido asesinados por Israel. Y Anas, para dar contención a los sobrevivientes, dirige iniciativas juveniles, y les brinda apoyo emocional y psicológico. En su grupo de voluntarios, incluyen ayuda a niños discapacitados y a padres.
Tras 14 meses de genocidio y casi 45.000 muertes, Anas quiere regresar a Venezuela y completar sus estudios. Sueña con convertirse en cirujano plástico, y ayudar a quienes enfrentan “deformidades y discapacidades” a causa del bombardeo de Israel.
"En lo personal, primero que nada espero que cese esta violación contra mi pueblo, y que pueda seguir mi carrera, que ha sido un sueño por el que tanto he luchado. Debo volver a Venezuela, pero la frontera está cerrada y cobran una cantidad inmensa de dinero solo por salir”, dice resignado. “Por ahora, volver a la universidad es prácticamente un milagro”.
















