Las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés) del general Mohamed Hamdan Dagalo avanzaron hacia Al Fasher, Sudán, la semana pasada, tras un largo asedio de 18 meses que dejó a decenas de miles de civiles atrapados en la capital de la región de Darfur.
Al menos 2.000 civiles han sido asesinados tras la toma de la ciudad a manos de las fuerzas de Dagalo, según el gobierno sudanés. Las RSF ahora controlan todos los principales centros urbanos de Darfur.
Desde 2023, Dagalo, conocido como Hemedti, desafía el liderazgo del general Abdel Fattah al Burhan, en lo que ha desatado una sangrienta guerra civil entre las RSF y el ejército sudanés, que ha matado a decenas de miles de personas y desplazado a más de 15 millones.
Según grupos humanitarios, testimonios de personas que huyeron de Al Fasher y declaraciones del gobierno sudanés, las RSF han sido acusadas de cometer graves abusos, incluyendo la ejecución de civiles, violación de mujeres y el bloqueo a la movilidad de miles de personas que quedaron atrapadas dentro de la ciudad.
En respuesta a las acciones de las RSF, el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) advirtió que la conducta del grupo paramilitar sudanés en Al Fasher “puede constituir crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad”.
Por su parte, el gobierno sudanés ha instado a la comunidad internacional "a tomar acción de de inmediato" para detener lo que calificó como el “genocidio” de las RSF.
“Las recientes masacres de las fuerzas paramilitares, especialmente en Al Fasher, no son actos aribitrarios de brutalidad sino una estrategia dirigida a consolidar el control territorial y afirmar el dominio a través del miedo”, explicó Kaan Devecioglu, analista especializado en estudios del Norte y Este de África, en ORSAM, un centro de investigación con sede en Ankara.
Las RSF, que evolucionaron de la milicia Janjaweed respaldada por el gobierno durante el conflicto de Darfur a principios de la década de 2000, ahora enfrentan nuevas acusaciones de crímenes de guerra.
Desde el estallido de los enfrentamientos con el ejército sudanés, “las RSF han atacado sistemáticamente a comunidades no árabes en Darfur para despoblar áreas de resistencia, destruir la gobernanza local y asegurar el acceso a recursos y rutas de suministro”, señaló Devecioglu a TRT World.
Una estrategia de miedo y control territorial
En los últimos meses, el ejército sudanés ha reportado avances significativos en todo el país, incluida la capital Jartum. De hecho, en mayo declaró que había "retirado completamente" de la ciudad a las fuerzas leales a Dagalo.
Sin embargo, la reciente toma que lograron las RSF de Al Fasher y sus avances en la región de Kordofán –un área estratégica que conecta las provincias de Darfur de Sudán con Jartum– sugieren que las fuerzas de Dagalo están lejos de ser derrotadas, dice Devecioglu.
“Al cometer atrocidades, las RSF envían tanto un mensaje disuasorio a las comunidades locales –percibidas como pro-ejército–, como una señal política a los mediadores internacionales de que cualquier acuerdo futuro debe reconocer su poder coercitivo sobre el terreno. Por lo tanto, estas masacres funcionan como parte de una lógica militar-política más amplia, en lugar de sólo actos criminales aislados”, destacó Devecioglu.
La estructura flexible y étnicamente movilizada de las RSF ha fomentado durante mucho tiempo el caudillismo localizado y el uso de la violencia masiva como herramienta de control, apuntaron los analistas.
“La estructura de mando y control de las RSF no es capaz de garantizar ningún profesionalismo durante la conducción de la guerra, especialmente en lo que respecta a los civiles”, destacó Jihad Masmahoun, un analista sobre Sudán y el Cuerno de África.
Las Naciones Unidas dice que videos verificados muestran “decenas de hombres desarmados a los que les disparan o yacen muertos, rodeados de combatientes de las RSF”.
El mes pasado, un informe publicado por el Observatorio de Conflictos de la Universidad de Yale describió que Al Fasher estaba sometida a una "campaña sistemática y deliberada de limpieza étnica", dirigida contra los fur, zaghawa y berti, comunidades indígenas no árabes, mediante el desplazamiento forzado y las ejecuciones sumarias.
Los analistas también documentaron lo que parecían ser “operaciones de limpieza casa por casa”, con combatientes moviéndose de hogar en hogar y ejecutando una violencia generalizada.
Líneas de frente cambiantes
Después de que las fuerzas de Burhan expulsaran a las RSF del centro de Sudán, el ejército centró su enfoque en asegurar el centro, norte y este del país, mientras delegaba los combates en Darfur a grupos armados aliados, detalló Masmahoun.
Esta división de responsabilidades creó tensiones y problemas de coordinación dentro del gobierno de Burhan, lo que llevó a muchos a creer que los retrasos en levantar el asedio sobre Al Fasher finalmente allanaron el camino para la caída de la ciudad en manos de las RSF, agregó.
Mientras tanto, las RSF han mantenido movilidad y alianzas locales en regiones periféricas, lo que les permite atacar áreas civiles en medio de las recientes escaladas. Su uso de violencia indiscriminada, dijeron los analistas, tiene el objetivo de preservar su poder de negociación y relevancia política.
Los reveses del ejército sudanés, los recientes avances de las RSF y las continuas matanzas sugieren que el conflicto se dirige hacia un estancamiento prolongado en lugar de una victoria decisiva, ya que ninguna de las partes tiene la capacidad de asegurar el control total en medio del limitado compromiso de actores regionales e internacionales, analizó Devecioglu.
La captura de Al Fasher profundiza la división geográfica del país, con las RSF controlando ahora el oeste de Sudán y gran parte de la vecina Kordofán. Al mismo tiempo, el ejército retiene la capital Jartum, junto con las áreas centrales y orientales que se extienden hasta el mar Rojo.
A mediano plazo, el cansancio internacional y el colapso humanitario pueden presionar a ambas partes hacia negociaciones, posiblemente bajo un marco híbrido que involucre a actores regionales como Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Türkiye, añadió Devecioglu.
“El futuro de Sudán, por lo tanto, depende menos de una victoria militar y más de si el Estado puede ser reconstruido en torno a un orden político legítimo liderado por civiles capaz de trascender la economía de caudillos que ahora se está afianzando”.










