La tercera intifada es cultural: Los palestinos resisten a través del arte y la visibilidad digital
ORIENTE MEDIO
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La tercera intifada es cultural: Los palestinos resisten a través del arte y la visibilidad digitalDesde las redes sociales hasta la narrativa visual, los palestinos están recuperando el poder narrativo, convirtiendo la cultura en el nuevo frente de resistencia frente a la ocupación ilegal y el control algorítmico.
Cineastas palestinos muestran Palestine 36 en Estambul, defendiendo resistencia cultural y narrativa.
hace 3 horas

La lucha palestina por la soberanía ha evolucionado a lo largo de décadas, reinventándose con cada generación y encontrando nuevas formas de expresión y resistencia.

La primera intifada se basó principalmente en la acción colectiva, civil y simbólica. La segunda adoptó un enfoque distinto, centrado en la resistencia militarizada y la visibilidad mediática. Hoy, la emergente “tercera intifada” toma forma como un levantamiento cultural. Antes vinculada a la agitación política, esta nueva intifada se redefine como un movimiento artístico, una rebelión que encuentra su fuerza en la creatividad y la representación.

Desde la creación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1964, el arte y la producción cultural han sido piezas centrales en la estrategia de liberación palestina. Los esfuerzos comunitarios en los campos de refugiados preservaron historias orales y tradiciones mediante encuentros vecinales, manteniendo viva la identidad pese a los desafíos del desplazamiento.

La cultura siempre ha importado, pero hoy se ha convertido en una herramienta estratégica para la visibilidad y el reconocimiento. 

En las últimas semanas, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, declaró: “Tenemos que luchar con las armas que corresponden a los campos de batalla en los que estamos comprometidos, y las más importantes son las de las redes sociales”.

Con estas palabras, Netanyahu reveló el Proyecto Esther, una campaña de propaganda israelí diseñada para distorsionar el discurso público a través de lo que él denominó “contraataque”.

El Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, a través de contratistas como Bridge Partners, ha llegado a pagar hasta 7.000 dólares por publicación a influencers para difundir contenido pro-Israel en plataformas como TikTok y X, con especial foco en el público joven y estadounidense.

Bridge Partners describió después estos pagos como un esfuerzo de “intercambio cultural entre Estados Unidos e Israel”. Esta estrategia muestra la magnitud de la maquinaria propagandística israelí, disfrazando la manipulación como intercambio cultural y transformando las redes sociales en un campo de batalla donde la verdad se distorsiona, la disidencia se silencia y la moral se intercambia por influencia.

¿Por qué importa esto? Porque la visibilidad es poder. Controlar las redes sociales permite modelar narrativas algorítmicamente, reforzando relatos hegemónicos y coloniales que han definido durante décadas cómo se percibe y se habla de Palestina en el mundo.

El poder narrativo en la era digital

El cambio de la televisión a las pantallas ha elevado las apuestas de ser visto. En la era digital-visual, controlar la narrativa es ejercer poder. Una “intifada digital” entrelazada con la resistencia cultural emerge a través de relatos visuales y afectivos: cine, arte y testimonio movilizan empatía y acción política, creando registros emocionales compartidos.

En esta guerra por la visibilidad, la verdad compite con la viralidad. Mientras los gobiernos lanzan campañas de relaciones públicas para blanquear la ocupación, los palestinos documentan la vida cotidiana, el duelo y la resiliencia con crudeza y honestidad. Sus historias atraviesan el ruido digital porque nacen de la experiencia vivida, no de la influencia pagada.

Para que las voces palestinas sean verdaderamente escuchadas, sus narrativas deben circular en plataformas culturales y artísticas, no solo en ciclos de noticias.

Las redes sociales, el arte y la literatura permiten a los palestinos afirmar su identidad, preservar la memoria y sostener la resiliencia colectiva.

A pesar de los esfuerzos de Israel por borrar sistemáticamente la identidad palestina a través de la apropiación, el robo y la destrucción del patrimonio cultural, los palestinos han continuado preservando sus tradiciones, desde el idioma y la gastronomía hasta la música y la vestimenta, transformando el arte y la literatura en poderosas herramientas de desafío.

A través de proyectos de base, exposiciones y proyectos educativos, comparten sus historias a través de las fronteras, uniendo comunidades y manteniendo viva la causa, particularmente entre las generaciones más jóvenes en la diáspora.

Iniciativas como Riwaq, un centro palestino de conservación arquitectónica, restauran casas y aldeas históricas, mientras que Qalandiya International, un festival de arte bienal celebrado en ciudades palestinas y en la diáspora, une a artistas y audiencias para mantener visible la creatividad palestina.

Este tipo de iniciativas demuestran una voluntad de preservar tradiciones y cultura, así como de producir nuevas. Esto no es solo protección y conservación pasiva, sino una declaración activa de identidad y soberanía.

La cultura no es solo arte o patrimonio; es la vida cotidiana: cómo la gente cocina, construye, canta y se reúne. La ocupación israelí ha intentado despojar de significado estas prácticas, apropiándose de todo, desde la comida hasta la arquitectura, los olivos y símbolos como la kufiya.

Sin embargo, los palestinos continúan afirmando su soberanía a través de la cultura, utilizando la semiótica y el simbolismo para comunicar resiliencia e identidad.

El mes pasado, el mural del artista callejero británico Banksy en el Tribunal Real de Justicia en Londres ilustró este principio: silencioso pero poderoso. Aunque fue borrado de la pared del tribunal en cuestión de horas, transmitió un mensaje perdurable de resistencia.

Control algorítmico y hegemonía digital

Este es el siglo de las redes sociales, donde las narrativas se moldean y difunden a través de plataformas digitales. Hoy, estos espacios se han convertido en el medio más poderoso, y a veces el único, para amplificar la resistencia y hacer que las voces sean escuchadas.

En un mundo globalizado dominado por la hegemonía cultural, usar estas plataformas no es opcional sino esencial.

Durante la última década, los algoritmos han reemplazado gradualmente a los medios tradicionales como los nuevos guardianes de la información, determinando qué historias se ven y cuáles son enterradas. Ahora funcionan como instrumentos modernos de control cultural, decidiendo qué narrativas sobreviven en el ecosistema digital.

La historia ha visto esto antes. Cuando el empresario alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta a mediados del siglo XV, no simplemente inventó una máquina sino un acceso sin precedentes a ideas alternativas.

Por supuesto, quienes estaban en el poder quedaron profundamente perturbados, porque entonces significaba que la gente común podía leer ampliamente otras fuentes y cuestionar la autoridad, amenazando directamente los fundamentos del control.

En cierto modo, la imprenta fue el primer algoritmo, un contra-guardián de la verdad que permitió el pensamiento crítico y dio a "otras voces" una plataforma para ser escuchadas. Al aflojar el control de la autoridad sobre el conocimiento, desencadenó una revolución informacional. Sin embargo, paradójicamente, lo que comenzó en la era de Gutenberg como la liberación del conocimiento ahora se ha vuelto sobre sí mismo.

Aunque el acceso a la información hoy es más rápido y amplio que nunca, una vez más nos encontramos dentro de un sistema mediado. Como el mundo pre-imprenta, nuestro espacio digital supuestamente abierto filtra y remodela lo que vemos. El algoritmo, aunque aparenta ser neutral, funciona como un nuevo guardián: censurando, editando y reempaquetando narrativas, sirviendo no a la verdad sino a fragmentos curados de ella.

Como argumentó el filósofo y político italiano Antonio Gramsci, la dominación no se mantiene solo por la fuerza, sino moldeando lo que las sociedades aceptan como "sentido común". La hegemonía cultural decide quién es visto, cómo es visto y qué se vuelve creíble.

 Rompiendo la crisis de representación


La intifada cultural, por lo tanto, no es solo un movimiento creativo sino una necesidad política.

Contrarresta este control algorítmico, los sesgos de los medios occidentales y las narrativas coloniales que oscurecen las voces palestinas.

Símbolos como la sandía han eludido la prohibición de la bandera palestina, demostrando ingenio en la visibilidad y la recuperación narrativa.

Esta lucha por la visibilidad se intensifica por el papel de los medios occidentales, que construyen su propio régimen de lenguaje geopolítico para sostener la propaganda.

Películas como Gaza Sunbirds y Holy Redemption ejemplifican este enfoque, creando nuevos lenguajes estéticos para transmitir lo que las palabras ordinarias no pueden. Gaza Sunbirds captura la resiliencia en medio del conflicto a través de la determinación de atletas discapacitados en Gaza, mientras que Holy Redemption reflexiona sobre la fe y la supervivencia en el Líbano de posguerra.

Al documentar historias personales, gestos y emociones, restauran la humanidad y resisten la deshumanización.

Cuando el lenguaje mismo se convierte en parte de la injusticia, el arte se convierte en un nuevo lenguaje. La intifada cultural surge de esta necesidad, transformando el silencio en expresión y construyendo narrativas contrahegemónicas.

Los palestinos y sus aliados no solo están resistiendo la dominación ideológica, sino proponiendo nuevos marcos morales y reinventando el lenguaje mismo de la resistencia.

Lo que se está desarrollando ahora no es meramente una reacción a la opresión, sino una reescritura de los términos de la resistencia.

La tercera intifada es muy claramente cultural, un levantamiento de arte, memoria e imaginación que desafía tanto el borramiento como el algoritmo.

Contra la maquinaria de propaganda y control, los palestinos continúan hablando, pintando, cantando y filmando su existencia hacia la permanencia. Al hacerlo, le recuerdan al mundo que la liberación no es solo una demanda política, sino un derecho cultural- el derecho a definirse a uno mismo, a existir en la propia imagen y a permanecer inolvidable.


FUENTE:TRT World
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